"Sobrivivir", obra de la artista Julie García inspirada en el cuento "Horrísono"
Si puedes estar lejos, muy lejos, y no ver a la persona que amas durante mucho tiempo, por ejemplo seis semanas, llegas pronto a la conclusión que, de la misma manera, podrías no ver nunca más a esa persona y sobrevivir.
Sobrevivir, como has sobrevivido tantos años. Quizás serías menos feliz, pero se puede vivir sin ser demasiado feliz. Sobre todo si eres capaz de disfrutar de cosas que a otros casi ni importan.
Más aún considerando que el hombre con el que soñaste,no siempre es el hombre que realmente necesitas.
El tiempo y la distancia labran rutas ignotas en el corazón. Como pequeños parásitos que roen las emociones, carcomiendo el pensamiento y la esperanza.
Y aunque no podías desentenderte del frío, contemplaste los esfuerzos de la primavera por hinchar las yemas de las hojas de los árboles y percibiste en tu alma una brizna de alegría. (De "Cinica", obra de Ana V. Durruty)
Nada es como ayer. En el futuro, nada
será como hoy. Cruzó la calle sin saludar a nadie, extraña en su propio país.
Compró azúcar morena en el almacén de la esquina y continuó caminando como si
todo siguiera igual.
"Crossroad" de la serie "Filtros". Ana V. Durruty
A veces la vida es un cruce de caminos
y, a continuación, cada cual sigue su ruta. Calama es un pueblo minero, con su
carga de soledad y erotismo, y al caminar por las calles polvorientas, algo
irreal parece hacer temblar el aire caliente del desierto. La piel morena de
los transeúntes locales, provenientes de Bolivia o el extremo norte de Chile,
contrasta con el rubicundo matiz de la tez de los extranjeros, turistas y
empleados de las mineras que vienen del otro lado del mundo.
El sonido del llamado del teléfono celular
sacó a la joven mujer rubia de su ensimismamiento y el tiempo se detiene por
varios minutos.
Ya había pasado el interfaz del día a
la noche, con calma y rapidez al mismo tiempo. En las alturas cordilleranas de
Los Andes minerales, el frío araña como un gato mojado, y respirar se torna
repentinamente un acto consciente y desagradable. Algo salobre y seco parece
recorrer los pensamientos. Eso maligno y antinatural que inquieta al animal que
cada hombre lleva adentro.
Veinticuatro horas más tarde, el
teléfono volvió a sonar. La mujer leyó la pantalla digital y presionó la tecla
roja que impedía la comunicación. No era el momento adecuado para escuchar esa
voz a mil quinientos kilómetros de distancia. Ni siquiera sabía si algún día
sería apropiado responder a esa llamada. Compró té negro en el almacén de la
esquina y caminó con parsimonia los pasos que le faltaban para llegar a la
pensión, esquivando con cuidado las líneas que dividían los paños de cemento de
la acera.
Ni un árbol, ni una sombra, ni una
sonrisa. Vivir en el desierto es un riesgo constante, y el peligro mayor es esa
certeza diaria de que no hay nada entre el Cielo y la Tierra que proteja de las
verdades individuales. En la soledad, el alma queda expuesta a su propio
reflejo en la inmensidad de la nada.
Tres meses después, noventa llamadas
de teléfono celular sin contestar acompañaban a la mujer esa tarde de
diciembre, mientras caminaba por la losa del aeropuerto de la capital del cobre
mundial. Miró hacia adelante, y sus ojos amarillos brillaron como la luz de la
arena que se perdía en el desierto más árido del planeta. No había caminos en
el horizonte, sólo la pista de aterrizaje y después, el infinito azul. (Del libro "Cínica", obra de Ana V. Durruty
Para celebrar y agradecer las más
de cinco mil visitas al blog en tres semanas desde que fue creado, he recogido
algunos comentarios de personas que no pudieron hacerlos directamente en www.anadurruty.blogspot.com pero
que sí me los enviaron a través de Facebook o Twitter. No están todos, pues no
siempre alcanzo a registrar; pero son una buena muestra de la recepción de los
cuentos y poemas que he publicado. Siendo escritora, es difícil reconocer que
no hay muchas palabras que me permitan explicar cuánto me reconforta que me
hagan llegar las impresiones que les genera lo que escribo, pues si algún sentido
tiene el arte es ese: provocar emociones en quienes entran en contacto con él,
y para una artista esa es la mayor recompensa.
“Qué buen blog, lo revisé y me
encanta…. Mucho éxito”. (Jean Luis Dufourcq del Canto, en Facebook, 22
de junio de 2016)
“Me gusta tu blog, te robé algo
para publicar en Facebook ya que me gustaron tus escritos. Debes seguir así, se
nota que eres mujer de talento (…) Nunca copies, crea”. (@@moska43RG, Rafael Glez.Mosquera en
Twitter)
“¡Mucho éxito en tus proyectos! Tienes una
visión muy particular”. (@cwbarraza, Cristián Barraza en Twitter)
“Simplemente hermoso, pero igual
me dio penita como en el otro cuento. Felicitaciones… Por al leer sentir lo que
quiere mostrar”. ( Nevenka Teresa Godoy Rivera, en Facebook)
“Está muy padre”. (@ardzelllCesar,
César Guzmán, en Twitter)
“¡Te felicito por tu éxito entre
los aficionados a la buena lectura a nivel internacional! ¡Eres nuestra
escritora chilena de los tiempos modernos”. (Marcelo H. Cornejo Salas
en Facebook)
“Belli! Anche se non sono il mio
genere, mi piaccono molto, sopratttutto “La mujer del sombrero negro” E’
vagamente nostálgico a votre crudo e cinico, ma comunque coinvolgente. La
scrittura e scorrevole e piacevole.(…) Complimenti! (@helmvergara1,
Helen Vergara, en Twitter)
“Es una hermosa narrativa, en simples estrofas
haces imaginar tan nítidamente a los personajes de este cuento. Sinceramente
tienes un increíble talento de transportar al lector dentro del cuento mismo.
Te felicito, eres una increíble escritora”. (Palominos Leonard, en
Facebook)
“¡Me encantó tu blog, voy a
regresar de nuevo a leerlo!” (@TATU_TATA_TATU, Tatiana Rojas, en
Twitter)
“Tienes la capacidad de hacer que
el lector entre en el relato, para mi en especial en este último (Flor muda),
ya que esos atardeceres rosados de nuestro Norte Chico me encantan”.
(Sofía Corral en Facebook)
“Durruty Al extremo, pero con la justa
conexión entre poesía y cuento. En verdad muy bueno, te felicito. Muchas
palabras tocaron mi alma. Gracias”. (@GabyChavero2, Gaby Chavero en
Twitter)
“Como todos los cuentos de
“Cínica”, tan actuales, súper bien escritos, que uno se va rápidamente haciendo
parte…” (Sandra Castillo en Facebook)
“Me gustó”, (Sergio
Martín Cordero, en Facebook). “Me gusta”, (@viviriosruiz en
Twitter). "¡Felicitaciones!", (El_Archiduque Christián Salazar en Twitter)
“Me encanta tu poesía, Ana
talentosa eres”. @magnifico_el el magnifico lord en Twitter)
“Es el relato de caminos
adquiridos… seguiré leyendo”. (@uf80 en Twitter)
“Bonito blog… sombrero negro… una
ruleta de amor… ¿acaso un final malo por ser negro? (@kmiguelm, Miguel
M en Twitter)
“Encuentro bueno tu trabajo, siempre se puede
mejorar, sigue adelante”. (@llanero4462 Llanero solitario en Twitter)
“Escribes como piensas sobre la
marcha, saliendo reflexiones muy interesantes. Gracias por escribir así tal
cual”, (@SmMonterd Santiago en Twitter)
Y para terminar, uno de los primeros
comentarios que recibí, pero que apunta a las motivaciones para haber hecho
este blog.
Leí la introducción de tu blog
(…), entiendo la razón de la aceptación, ya que la redacción es sencilla y
emotiva. En este nuevo emprendimiento no me resta más que desearte éxitos, ya
que un individuo que está logrando su sueño no lo concibo más feliz, sigue
adelante”. (@MaMaCaty3, Catita en Twitter)
Nuevamente, muchas gracias a
todos, ojalá los próximos comentarios se animen a hacerlos en el blog mismo y
¡seguimos en contacto!
Despertó de la siesta y se quedó reposando entre los
almohadones y el aroma a “Shalimar” de Guerlain. Permitió a sus dedos jugar un
rato a ensortijar el cabello negro y sedoso que se desparramaba abundante sobre
el lino. Los vestidos colgados en la perchas de madera del vestidor del hotel
calzaban perfecto a un cuerpo bien tratado por los años. El suyo. Patricia
administraba la tranquilidad de saber que cada uno de ellos estaba hecho a
medida. La suya. Y que con los accesorios adecuados se vería radiante. La mujer
perfecta, en el lugar ideal.
"Shalimar". Fotografía de Ana V. Durruty
Pero, entresueños, las imágenes lejanas llegaban en oleadas
calmas, al ritmo del sonido del mar que removía extrañamente inquieto la arena
de la tan mentada Costa Azul. En realidad, por la altura del Torre Odeón, no
debería escuchar el ruido aquel que más se parecía al murmullo nervioso del
Océano Pacífico frente al casino de Coquimbo. Fue allí, en el Sur del Mundo, una noche casi de
madrugada cuando al salir después de haber perdido unos pocos pesos, se
encontró de sopetón con Anwar Al Kaddim. La cosa más extraña del mundo, como si
un universo paralelo hubiera atravesado el suyo de café de pueblo con amigas,
juegos de cartas de domingo con la ex suegra, trabajo de rutina en una oficina del
servicio público y pijama de plush holgado con dibujos de cartoons infantiles.
Una década más tarde el velo de las horas y los días ha
cubierto ese pasado y lo ha tornado ajeno, lejano y extraño. Una película de
otra vida. De la vida feliz de una mujer que Patricia ya no reconoce.
¡Quién te vio y quién te ve!
Miró hacia atrás, y alcanzó a vislumbrar un poco más allá
del horizonte de sus hombros desnudos, el perfil del Bentley negro estacionado
con las llaves puestas en la tradicional plaza de Mónaco. Sonrió sin que sus
labios alcanzaran a reflejar el gesto y giró suavemente para que el marroquí
que la esperaba en las primeras gradas del acceso del casino de Monte Carlo
tuviera tiempo para contemplar su belleza latina de mujer bordeando los
cuarenta años. Sin afectación, pero sin tregua, estiró su cuello y las luces
del atardecer se reflejaron golosas en los largos aros de perlas y brillantes.
Luego, avanzó hacia Anwar con el donaire de una princesa renacentista. Sin
pasado. Sin futuro. Inmortalizada en un momento perfecto.
A Samuel del
Villar, sin casa, sin cama, la edad se le vino encima, sin tranvía ni vino
tinto, al tiempo que le tomaba más afición de la que nunca antes le tuvo a su
gran danés, el “Don”. Así que esa madrugada húmeda de otoño, el perro era su
único compañero y merodeaba intranquilo, con el paso incierto.
A su primera
mujer la amenazó, pero jamás la habría matado. A la segunda, bueno, a esa pudo
estrangularla a sangre fría si no hubiera desaparecido por propia decisión un
día cualquiera, ya olvidado. Pero, a esta, la tercera, la iba a matar la mañana
del día anterior, como a un conejo que medraba en su papal. Los domingos no hay
nadie en la hacienda y Samuel del Villar disfruta, desde hace ya veinte años,
de una apacible soledad que lo reconforta de tantos sinsabores de la vida que
ha elegido vivir.
De un
domingo para otro, sin advertencia previa, la mujer se fue quedando, quedando y
no se marchó más. Antes de que pasara mucho tiempo, Samuel del Villar, comenzó
a salir de su propia casa los domingos muy de madrugada, un pretexto por aquí,
otro por allá, en tanto la mujer seguía en brazos de Morfeo hasta que le daba
la gana.
Foto: Ana V. Durruty en www.limarisecreto.blogspot.com
Samuel del
Villar era un hombre todavía joven, pero con harto recorrido desde muy temprana
edad. Si la salud lo acompaña y el Diablo se hace el leso, le queda por lo
menos un cuarto de siglo de vida por delante y pensaba aprovecharla a su
medida, no a la de la mujer que se había instalado en su vida, con sus petacas
y sin que nadie la invitara.
Un mechón
del pelo le caía sobre la frente y unas gotas frías resbalaban por su mentón
cuando hizo girar la llave de la puerta de entrada de la casa. Avanzó con esos
trancos largos que le daba el porte, hasta la cocina, abrió la puerta de la
alacena y la volvió a cerrar. Algo atrajo su mirada en la ventana y no se
sorprendió al comprobar que las cortinas de cuadros amarillos que lo
acompañaron durante largo tiempo, habían sido cambiadas por unas nuevas,
coquetas y floreadas. Samuel del Villar
puso ambas manos sobre su cara y las dejó allí mientras pensaba.
La mato
ahora o ella me mata, pensó con lógica de animal acorralado en su propia
madriguera. Unos pasos más y se encontró de sopetón con unas fotos, en sus
respectivos marcos, colgando en el pasillo de acceso a los dormitorios. Mal
gusto no tiene, reconoció a contra pelo, aunque si hubiera dependido de él,
Samuel del Villar jamás tendría retratos en los muros de su casa. Cuando, por
fin, entró a su dormitorio el asunto tomó el cariz de un mal sueño. Ella estaba
allí, durmiendo desnuda y plácida, con una aureola amarilla sobre su cabeza,
dibujada por el pelo dorado desparramado en la almohada.
Samuel del
Villar, miró de nuevo, esta vez de reojo, se sacó la ropa mojada y, con sumo
cuidado, se introdujo en la cama, esperó a que el cuerpo se le entibiara un
poco, hasta que se atrevió a deslizar su mano izquierda para posarla en la
nalga de la mujer. Manuela giró suavemente y posó su mano donde a él más le
gustaba. Samuel del Villar, sólo alcanzó a pensar: Ella me mata. (De "Cínica", Autora: Ana V. Durruty)
El Ritz de Madrid es el lugar perfecto para disfrutar un té el domingo por la tarde, justo antes de tomar la decisión de recorrer la última
exposición del Museo de El Prado. O justo antes de la misa en San Jerónimo.
Unos pasos más acá. Unos pasos más allá. Res
Mirabilis. Cosa admirable.
Jacinta Mondragón y Sousa de origen portugués -aunque nacida en Brasil- observa con atención el par de sandalias Manolo Blahnik color turquesa expuesto en una hornacina al costado del hall del hotel. Le parece que combinarían en armonía celestial con el traje marfil
que lleva puesto esta mañana fresca y dulce. Ella piensa en asuntos relevantes
para su desempeño laboral. Mira un par de madrileñas que ingresan con actitud
de castellanas viejas, de apellidos largos y rancio abolengo, vestidas con trajes de Valentino. Luego mira a su madre. Hermosa. Sin duda es
su progenitora. La vuelve a mirar, ahora con un resto de condescendencia
filial. Pese al esfuerzo realizado, se nota su pobreza relativa y parece ligeramente
fuera de lugar. Existe una lógica que indica que las modelos profesionales no
andan por la vida acompañadas por sus madres de origen social sospechoso,
provenientes de países ubicados al sur de la Línea del Ecuador.
"Té con bergamota", técnica mixta de Santiago Silva Durruty (100 x 100 cms.)
Jacinta Mondragón y Sousa es apenas una niña y sabe que
estos son sus últimos pasos antes del estrellato. Mira nuevamente a su madre y
recuerda su Sao Paulo natal, la cadencia de la música, la ausencia de su padre,
y la atrapa un impredecible saudade. Un bien que se padece y un mal que se
gusta, como lo describiera en el siglo XVII el lusitano Manuel de Melo, Bem que se padeçe y mal de que se gosta,
de sabor tibio que se va adhiriendo a la piel y aroma a samba.
Jacinta Mondragón y Sousa mira a su madre y se estremece.
Su madre le sonríe con los ojos llenos de dulzura y sube
lentamente hasta la altura de la boca, la humeante tasa de porcelana, de té con
bergamota.
Un salto en el tiempo. No uno pequeño, de un par de años.
Una grieta profunda en la epidermis de la historia, lo instaló como una bella y
sospechosa estatua, en el claroscuro del alba que comienza a despuntar. Nunca
supo que tuviera sangre hebrea, ni nada permitía predecir que lo que estaba
sucediendo le iba a ocurrir, cuando la luz mediterránea iluminaba tenuemente la
Tierra Prometida. Nunca leyó el Libro de los Jueces y la tradición familiar más
bien señalaba hacia la Iglesia Católica, de larga prosapia y notable fecundidad
en el área geográfica de la que procedían sus abuelos, cerca de Biarritz, en el
país vasco francés. Un dolor ácido le rozó los sesos cuando le repitieron siete
veces su nombre, y tradujo que lo apelaban Samgar, en el idioma de las tribus
protagonistas de la Biblia, una lengua que nunca antes siquiera había escuchado
y, menos, entendido.
Escultura de Vicente Gajardo
No estaba durmiendo. No estaba despierto. A medida que
transcurrían las horas y la batalla amenazaba con la destrucción de parte del
pueblo israelita que estaba bajo su mando, su angustia, de hombre occidental de
la Edad Contemporánea, cuajó en una intensa pasión asesina. Un anhelo de sangre
lo arrebató de sí mismo para impregnarlo de adrenalina depositada en el ADN
durante milenios de esfuerzos de sobrevivencia. Supo, sin haberlo sabido nunca
antes, que sus vacilaciones estaban condenando a la derrota al pueblo elegido.
Inclinó, con pausa pero sin más vacilación, la cabeza hacia su pecho, respiró
con la habilidad que proporciona el entrenamiento yogui y mientras guiaba la
sangre desde su corazón hacia sus muslos y brazos, eligió mentalmente, las
armas para entrar en batalla, las mismas del mítico David.
Samgar comprendió que la victoria lo esperaba apenas
cruzara el velo de la tienda de campaña y avanzara entre sus hombres con el
pecho al aire, los ojos dibujados con henna y carbón de las fogatas que ya
languidecían. La muñeca de su brazo izquierdo se tensó y contrajo los músculos
desde la punta de los dedos hasta el nacimiento del cuello, mientras se le
erizaba el vello de todo el cuerpo.
Tenía los ojos congestionados y un fino borde rojizo
hacía sospechosa su mirada, más aún cuando tras muchas horas con la vista fija
en el IPhone, poseía un filtro de suave niebla flotante.
Detuvo sus pasos sólo cuando encontró cinco mariposas
azules estacionadas en el aire, como automóviles traslúcidos de espaldas al
atardecer. El Parque Nacional ya estaba cerrado y el sol aún brillaba, cuando
la camioneta todoterreno se detuvo a un costado del camino de tierra. Dio tres
pasos y trepó con el peso de la historia sobre los hombros.
A medida que se alejaban de la zona, comenzó a sospechar,
y no tanto tiempo después estaba seguro de que todo había sido un sueño, una
noche de demasiado calor en el desierto chileno.
Inclina su cuerpo hacia delante y pasa la correa de la
sandalia por la hebilla con cierta habilidad y ninguna convicción. Tiene tantos
pares de zapatos que siempre teme naufragar en el closet de la incertidumbre.
El buen gusto no es lo suyo, pero ha hecho un esfuerzo de años para proyectar
la imagen que desea. La sobriedad es su ley. Teme el terreno resbaladizo de la
moda y su osadía no la lleva más allá de la puerta de ciertos colores, con los
que sabe no corre riesgo.
La mujer del sombrero negro. Edwin Rojas. Oleo sobre lino. 130 x 150 cms.
La mujer que se mira al espejo escoge un sombrero negro
de ala corta que le sienta bien. Pero no se siente bien.
No importa lo que ocurra, siempre la abruma la inquietud.
Su mirada se pierde en el pasado y reconoce la impronta de la imprudencia.
Entrecierra los ojos y recuerda la mirada de un hombre incorrecto, en el lugar
incorrecto y a la hora incorrecta. Entonces la inunda una mezcla de asco y
hastío.
Esta mujer que hoy lleva sombrero, sabe que su tiempo de
amar ha quedado en el pasado. Que tiene saldo en contra en la cuenta de la
felicidad. Que cualquier cosa que viva de este día en adelante llevará el signo
de lo imposible y lo perdido.
Pese al éxito y a la sonrisa perfecta, cuando se mira en
el baño de la sala de reuniones mientras retoca el maquillaje, esta mujer teme.
La imagen de su padre domina sus pensamientos con un mal
sabor de insatisfacción. Nunca fue lo que él soñó que fuera. En realidad es
mucho más que eso. La vida es así, hoy se gana, mañana se pierde. Y, a veces,
se pierde más de lo ganado.
La ruleta se detiene frente a otro hombre inapropiado en
la ocasión más improbable. A esta mujer temerosa le fascina el peligro. Ama a
todos los hombres y no puede amar a ninguno.
Teme morir sola. No le importa casi nadie. Y ella no le
importa a nadie.
La vida vivida está. Ha pasado un nuevo día sentada
frente al mar en un restaurante de Los Vilos mientras espera que llegue un
amante fortuito. Podría morir hoy. Ha vivido demasiado.
Esta mujer triste va a sufrir al atardecer y lo hará con
el placer de los solitarios y los poetas.
Se saca el sombrero y ordena el pelo de mujer que ha
dejado atrás la juventud. Es implacable
con ella misma y a quien más teme es a su reflejo justo ahí, donde el espejo
termina y desaparece, para siempre.
Hoy podría haber sido un buen día. Sólo tuviste la mala
idea de sacar a pasear al perro.
Hasta el mediodía todo iba bien. O, al menos, así lo
parecía. Durante la mañana lograste manejar con destreza el asunto con los
taiwaneses, hasta concluir en un acuerdo razonable que puede convertirse en un
negocio incluso lucrativo. Camino a casa, el gélido viento que anuncia el
invierno, te permitió deducir que la velada amenaza de una lluvia se disipaba por las próximas horas. Tal vez hasta
sonreíste detrás de los anteojos oscuros y la bufanda. Probablemente no, y sólo
fue un rictus que curvó tu boca.
Los mentirosos cantantes de baladas han
inventado la eternidad. Pero, la eternidad no existe mi amor. Con suerte, un
día caminando por la calle larga, bajo los árboles desnudos del otoño,
encuentras una traza luminosa de algo parecido a un momento perdido en el
tiempo y crees -nunca pierdas la esperanza- que el camino tiene un sentido.
La tarde en tu casa fue larga. Te dedicaste a buscar en
Internet información sobre esa mujer. Averiguaste un par de
cosas. Descubriste que tiene un blog y
pensaste en inventar un avatar para acceder a ella. Luego desechaste la
idea, por lo menos por ahora. La otra es que, con cierta preocupación,
comprendiste que la amas.
Trataste de llamarla por teléfono y fue un intento vano.
Primero no te contestó y después su celular estaba apagado y aparecía el buzón
de voz. Mala cosa, en especial si es viernes por la tarde.
En ese momento te salvó la llamada de esa otra mujer que
quiere ser tu nueva amiga. Te sientes mejor que otros viernes en la tarde, así
es que te pones tu abrigo de lana inglesa y sales en busca del bus que te lleva
al centro de la ciudad. Como el maldito número siete que necesitas se demora y
se demora, te atrasas. Caminas rápido por la calle llena de ejecutivos que
salen de sus trabajos en los brillantes edificios, como si de veras te
interesara. Y, llegas. Tarde, pero llegas.
Ella, que es toda sonrisa, te invita a un bar frente a la
playa. Vuelves a caminar, esta vez junto a ella ya sin sol en el cielo y, por
ende, con más frío. Mucho más frío. En el apuro olvidaste traer el gorro, la
bufanda y los guantes. Comienzas a intuir que lamentas haber venido.
Es una mujer amable y bonita. Sus ojos oscuros brillan
mientras conversan abrigados y beben un par de cervezas. Es una mujer
inteligente y amena. Tiene hermosos dientes. ¿Qué hace esta mujer aquí
conmigo?, te preguntas en un arrebato. ¿Qué hago yo aquí con esta mujer?, no
puedes evitar pensar a continuación. Le daría un beso. Tendría sexo con ella.
Es más, tendría buen sexo con ella. Podría romper mis reglas y despertar con
ella mañana y, entonces, este sábado sería un buen día. Si el destino estuviera
de mi parte, sólo por esta vez, incluso intentaría reescribir la historia de mi
vida, incluyendo una historia de amor con final feliz. La bella historia de un
amor supremo, como en la canción del cantante británico que te gusta.
Pero es la hora del perro. Acabas de terminar de beber la
última gota de la segunda copa de cerveza, y puedes verla hermosa y dispuesta
sentada a tu lado. Casi hueles su respuesta. Pero, de nuevo y sólo a modo de
explicación, recuerdas que este viernes no has sacado a pasear al perro y
estará ansioso encerrado en la casa. No es justo, el mejor amigo de este
hombre, es su perro.
A la mujer le dices un par de frases por si acaso pudiera
llegar a comprender la situación. Ella, claro está, no entiende nada en
absoluto. Igual te despides rápido con un beso y la dejas sola en el bar. (Del libro "Cínica", Autora: Ana V. Durruty)
La niña
María caminaba dando pequeños saltitos por el largo y ondulante camino que
alguna vez fuera la huella del tren que unía la mina Tamaya con el puerto de
Tongoy. Pero, ella no sabe nada de esa historia y viene más bien preocupada
desde la escuelita de La Placa, rumbo a su casucha de adobes perdida entre los
cerros del lugar.
Con sus once
años a cuesta, la mocosa de trenza larga, negra y espesa tiene una ruma alta y
maciza de ocupaciones. Unos queltehues salieron espantados de por allí cerca y
se alejaron dando chillidos lastimeros hasta perderse en el cielo que comenzaba
a perder su azul luminoso para ceder paso a un rosa amenazante.
María Tabilo
Tabilo era la mayor de cuatro hermanas hijas de una madre joven y de vida
alocada, que había parido una tras otra a sus crías, sin darle demasiada
importancia al origen paterno de la descendencia.
A la niña
María le faltaban algunas chauchas para el peso, pero, ella no tenía nada de
tonta. Lo que le faltaba de inteligencia pura, le sobraba de sentido común, por
eso su profesora la apreciaba tanto y sus compañeros la respetaban.
Cada día la
María llega a su casa, tras caminar solitaria varios kilómetros, de ida y de
vuelta a la escuela E 158 “Eulogia Campos Almonacid” y antes y después de la
travesía asume con mucha eficiencia y sin que ningún reclamo salga de su boca
la tarea de jefa de la tétrada de hermanas. Al partir en la mañana, que todas
queden bien desayunadas y vestidas. En la noche, que coman lo que la madre ha
dejado dispuesto, se laven lo mejor que puedan y se acuesten de dos en dos en
su par de camas.
Antes del
anochecer y de que la luna quedara como su única compañera, la niña atisbó a la
vuelta de un recodo que estaba ya a poco de llegar a la casa familiar. Eran
apenas las seis de la tarde, pero en el invierno de Norte Chico, el frío calaba
la piel hasta doler. Y María estaba preocupada. Había agregado a su carga
habitual, la responsabilidad de ayudar en el aseo de la escuelita, no tanto por
ayudar a la profesora, como por la leche caliente y el pan con fiambre que le
daban. Eso le permitía repartir más comida a sus tres hermanas en la noche,
pero le significaba atrasarse en llegar, que el camino fuera más peligroso y
que las pequeñas estuvieran más rato solas en la casa.
La niña
María apuró el paso al ver las caritas que se recortaban en el marco de la
ventana, sonrío con la alegría de haber vencido una nueva jornada y les dijo
con señas torpes, porque María no podía hablar, cuánto las amaba.
Empezó a oírla cuando Guadalupe llevaba un buen rato parloteando. Un cuarto de hora por lo menos. –No temo decir te quiero. Sólo temo no amar lo suficiente. Con toda la fuerza de mi corazón- avanzaba ella el soliloquio. Pronto había dejado de prestarle atención y la prosaica realidad de unos números que no le calzaban en la cuenta corriente atrapaba a Rafael, que ahora parecía absorto en la página web del banco, mientras el resplandor azulino del Mac iluminaba sus facciones masculinas, dándoles un aura sobrenatural, de espectro arrastrado a la Tierra desde el inframundo. -El corazón –continuaba ella medio somnolienta todavía esa mañana dominguera de diciembre en Venecia- es uno solo. El que ama, es el mismo corazón que odia. De manera, que todo el espacio que ocupas en odiarla a ella, impide que me ames como podrías amarme. -¿Negro? ¡¿Negro, me escuchas?! -Le he dicho infinitas veces que no me gusta que me diga “Negro”, aunque sea de manera cariñosa. No soy moreno, ¡soy rubio de ojos azules!-. Rafael pensó eso, eso y más, pero no la interrumpió. Pensó que conocía gente que no concurre a matrimonios, y tampoco a funerales. -Yo soy de esa laya de personas. No me complico. No me hago mala sangre. No le doy muchas vueltas a cosas sin importancia. No, no y no- decía en silencio oyéndose a sí mismo. -Ella es totalmente diferente. Y ciento por ciento igual a mí. Dúctil como una pluma al viento. Suave como un beso de despedida en la tarde del invierno. Y sólida, dueña de un espíritu forjado en el dolor. Un alma de acero templado. Sólo el acero templado resiste curvarse sin ceder. Es maleable aun cuando está frío. A través del opaco cristal del vaporetto Rafael observó mientras Guadalupe se alejaba del muelle e hizo un breve gesto de despedida con la mano en alto. Pero ella no lo vio y sin mirar atrás cruzó el puente de Calatrava en su camino rumbo al andén de la Estación Santa Lucía para abordar el tren de las 12:27 horas con destino a Florencia. El viento bailando entre los puentes y las callejuelas que desembocan en los estrechos canales no anuncia nada. Nada bueno. Nada malo. (De "Cínica")
A través de este blog, por primera vez comparto en internet mi poesía. Y, aunque a mí me gustan muchos los poemas de amor, sé muy bien que no son mi fuerte como escritora.
Poemas Impropios es un libro que publiqué por primera vez el año 2012 y que circuló sólo entre un grupo reducido de amistades. Un poco por realismo y otro tanto por pudor.
Con esto de la novedad del blog estaba buscando el modo de compartir a través de ebooks y descubrí que existen muchos sitios en la web en que se pueden subir archivos en PDF y los convierten en libros digitales.
Ahora, cualquier persona en el ancho mundo, puede disponer de Poemas Impropios a través de Payhip y Sellfy, dos sitios de ventas on line que realmente son muy fáciles de usar y cuyo link está al costado derecho de esta entrada. ¡Un amigo que está en Arabia Saudita lo logró y ahora puede leer su ebook en Riad!
Estoy muy entusiasmada con esta experiencia de poder compartir muchos y variados procesos vinculados al hecho de ser escritora en nuestros días, y espero que sea entretenido y estimulante para quienes gustan de la literatura, y también que resulte útil para mis amigos creativos y creadores.
Más de ochocientas personas han visitado este blog en poco más de 48 hora, y me motivan a seguir esforzándome ¡Muchas gracias! Aquí les dejo otro poema y me mantengo alerta a la espera de sus comentarios, que siempre me alegran.
El cuerpo
este cuerpo que te anhela
no es más mi cuerpo
es tu cuerpo
tuyo
por derecho impropio
por hurto con engaño
por ilusión maldita
es tuyo (De "Poemas Impropios". Autora: Ana V. Durruty)
Fue
un pie forzado. El olor húmedo y la luz mortecina de los hoteles, llegaban en
oleadas sucesivas, golpeándonos con una cadencia levemente repulsiva y
seductora. Como las prostitutas baratas y tristes que asomaban de cuando en
cuando en la puerta de los locales de dudoso y sucio destino. Nada parecía
estar bien y todo era perfecto en su desmedida realidad.
Como
si fuera el último día de nuestras vidas. Como si fuera el único. Como si una
terrible amenaza pendiera sobre nuestra existencia, y ella hubiera detenido el
tiempo con un gesto audaz y despreocupado. Era una mujer demasiado dulce para
temerle, pero demasiado lúcida como para confiar plenamente en ella.
Observar
sus movimientos, era como ver a un artista pintando un cuadro. Brochazo a
brochazo, los minutos adquirían colores brillantes y destemplados. Una
inquietante embriaguez ya nos había embargado, aún antes de tomar el primer
trago. No recuerdo la luna. Ni siquiera recuerdo el atardecer. Algunos
instantes, hasta olvido su nombre.
-…
“Tus besos son, los que me dan la alegría… tus besos son, los que me dan el
placer… tus besos son… son como caramelos, me hacen besar el cielo, me hacen
pensar en Dios”, irrumpen los Vicking 5 cuando caminamos por la calle principal
del puerto nortino. Y mientras ella baila y me besa, quiero detener el tiempo,
y que cada uno de esos minutos quede grabado en su corazón.
Doce
horas para jugar en el casino, reírse, bailar salsa, fornicar y, sobre todo,
para besarse. Besar, hasta el dolor de la piel herida y los labios rotos. Y
todo multiplicado por cualquier múltiplo que se amolde a dos seres enajenados,
reunidos en la encrucijada de ningún antes y ningún después.
Si
fuera buen escritor, haría un guión de película española. Si fuera un buen
fotógrafo, habría conservado alguna imagen de aquellas horas. Si fuera músico,
tomaría una guitarra y entonaría una canción nueva y desconocida.
Pero,
sólo soy un buen vividor y lo que conservo, no hay nada que pueda describirlo,
porque son trozos ardientes de vida vivida como es vivida, cuando dos personas
coinciden en un recodo del tiempo y del espacio y se unen, en sensual armonía
vital. Nada más y nada menos.
Todo comenzó antes de Cínica. No tanto antes tampoco. Sólo lo suficiente como para decidirme a ser una escritora. Antes de cumplir cincuenta años había sido muchas cosas. Demasiados roles, cargos, proyectos, para hacer honor a aquello de que el hombre se hace haciendo. Un día, que ya no recuerdo, miré hacia atrás y vi a la niña-mujer de catorce años que sabía que su verdadera vocación era ser escritora y que había abandonado hacía ya tantas décadas. Era hora de reencontrarme con ella y así nació Cínica, el primer libro de ficción que publiqué (y hasta ahora el único), con sus cuarenta y siete relatos breves. Ahora que Cínica ha crecido, viajado y me ha llenado de orgullo, he comenzado este blog, que he nombrado en su honor, pero que está llamado a ver crecer y nacer a muchos otros libros, algunos de los cuales ya debieran comenzar a preparase para ver la luz, porque puedo decir con toda propiedad que soy una escritora.