Inclina su cuerpo hacia delante y pasa la correa de la
sandalia por la hebilla con cierta habilidad y ninguna convicción. Tiene tantos
pares de zapatos que siempre teme naufragar en el closet de la incertidumbre.
El buen gusto no es lo suyo, pero ha hecho un esfuerzo de años para proyectar
la imagen que desea. La sobriedad es su ley. Teme el terreno resbaladizo de la
moda y su osadía no la lleva más allá de la puerta de ciertos colores, con los
que sabe no corre riesgo.
La mujer del sombrero negro. Edwin Rojas. Oleo sobre lino. 130 x 150 cms. |
La mujer que se mira al espejo escoge un sombrero negro
de ala corta que le sienta bien. Pero no se siente bien.
No importa lo que ocurra, siempre la abruma la inquietud.
Su mirada se pierde en el pasado y reconoce la impronta de la imprudencia.
Entrecierra los ojos y recuerda la mirada de un hombre incorrecto, en el lugar
incorrecto y a la hora incorrecta. Entonces la inunda una mezcla de asco y
hastío.
Esta mujer que hoy lleva sombrero, sabe que su tiempo de
amar ha quedado en el pasado. Que tiene saldo en contra en la cuenta de la
felicidad. Que cualquier cosa que viva de este día en adelante llevará el signo
de lo imposible y lo perdido.
Pese al éxito y a la sonrisa perfecta, cuando se mira en
el baño de la sala de reuniones mientras retoca el maquillaje, esta mujer teme.
La imagen de su padre domina sus pensamientos con un mal
sabor de insatisfacción. Nunca fue lo que él soñó que fuera. En realidad es
mucho más que eso. La vida es así, hoy se gana, mañana se pierde. Y, a veces,
se pierde más de lo ganado.
La ruleta se detiene frente a otro hombre inapropiado en
la ocasión más improbable. A esta mujer temerosa le fascina el peligro. Ama a
todos los hombres y no puede amar a ninguno.
Teme morir sola. No le importa casi nadie. Y ella no le
importa a nadie.
La vida vivida está. Ha pasado un nuevo día sentada
frente al mar en un restaurante de Los Vilos mientras espera que llegue un
amante fortuito. Podría morir hoy. Ha vivido demasiado.
Esta mujer triste va a sufrir al atardecer y lo hará con
el placer de los solitarios y los poetas.
Se saca el sombrero y ordena el pelo de mujer que ha
dejado atrás la juventud. Es implacable
con ella misma y a quien más teme es a su reflejo justo ahí, donde el espejo
termina y desaparece, para siempre.
Se ve que conoces muy bien las profundidades de "el género humano", Ana.
ResponderEliminarMuchas gracias. Creo que sólo soy una buena observadora o buena lectora de las emociones, aunque a veces se me escapa su comprensión...
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