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lunes, 13 de junio de 2016

Flor muda



La niña María caminaba dando pequeños saltitos por el largo y ondulante camino que alguna vez fuera la huella del tren que unía la mina Tamaya con el puerto de Tongoy. Pero, ella no sabe nada de esa historia y viene más bien preocupada desde la escuelita de La Placa, rumbo a su casucha de adobes perdida entre los cerros del lugar.

Con sus once años a cuesta, la mocosa de trenza larga, negra y espesa tiene una ruma alta y maciza de ocupaciones. Unos queltehues salieron espantados de por allí cerca y se alejaron dando chillidos lastimeros hasta perderse en el cielo que comenzaba a perder su azul luminoso para ceder paso a un rosa amenazante.

María Tabilo Tabilo era la mayor de cuatro hermanas hijas de una madre joven y de vida alocada, que había parido una tras otra a sus crías, sin darle demasiada importancia al origen paterno de la descendencia.

A la niña María le faltaban algunas chauchas para el peso, pero, ella no tenía nada de tonta. Lo que le faltaba de inteligencia pura, le sobraba de sentido común, por eso su profesora la apreciaba tanto y sus compañeros la respetaban.

Cada día la María llega a su casa, tras caminar solitaria varios kilómetros, de ida y de vuelta a la escuela E 158 “Eulogia Campos Almonacid” y antes y después de la travesía asume con mucha eficiencia y sin que ningún reclamo salga de su boca la tarea de jefa de la tétrada de hermanas. Al partir en la mañana, que todas queden bien desayunadas y vestidas. En la noche, que coman lo que la madre ha dejado dispuesto, se laven lo mejor que puedan y se acuesten de dos en dos en su par de camas.

Antes del anochecer y de que la luna quedara como su única compañera, la niña atisbó a la vuelta de un recodo que estaba ya a poco de llegar a la casa familiar. Eran apenas las seis de la tarde, pero en el invierno de Norte Chico, el frío calaba la piel hasta doler. Y María estaba preocupada. Había agregado a su carga habitual, la responsabilidad de ayudar en el aseo de la escuelita, no tanto por ayudar a la profesora, como por la leche caliente y el pan con fiambre que le daban. Eso le permitía repartir más comida a sus tres hermanas en la noche, pero le significaba atrasarse en llegar, que el camino fuera más peligroso y que las pequeñas estuvieran más rato solas en la casa.

La niña María apuró el paso al ver las caritas que se recortaban en el marco de la ventana, sonrío con la alegría de haber vencido una nueva jornada y les dijo con señas torpes, porque María no podía hablar, cuánto las amaba.

6 comentarios:

  1. Ana Victoria, muy bueno me gusta como vas describiendo los lugares; que imagino conoces; creo que si las personas que viven en esos parajes pudieran leer tus cuentos se sentirían identificados, una consulta este cuento es solo ficción o te basaste en un hecho real?

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  2. Hola Sergio. Muchas gracias por tu comentario. En efecto, conozco muy bien la mayor parte de los lugares que describo en mis cuentos. Sin embargo, las historias son completa y total ficción, son creación literaria. Ahora bien, para mi, en cuanto creadora, los personajes de mis relatos existen, tienen vida propia. Ellos se expresan a través de mi escritura. ¡Seguimos en contacto!

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  3. La niña Ana Victoria tomó la mano de la niña María y entre las dos pintaron esta bella historia de vida en el cerebro de la niña Patricia. Me encantó! Deliciosas descripciones.

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  4. Hola Patricia: ¡Qué hermoso comentario! Me encanta la sensibilidad para comprender el cuento. ¡Muchas gracias! y espero que sigas disfrutando de los nuevos relatos a medida que vaya subiéndolos al blog. Cariños

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  5. Muy emotivo, me emociono cuantas niñas asì hay en Chile, que desde muy pequeñas ya asumen un rol materno que no les corresponde, de verdad me llegó al corazón... Abrazos amiga, escribes muy bien... Abrazos Abelardo Caroca

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  6. ¡Muchísimas gracias! A mí me emociona ver la recepción que tienen mis cuentos. Me motiva mucho para seguir escribiendo.

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