La niña
María caminaba dando pequeños saltitos por el largo y ondulante camino que
alguna vez fuera la huella del tren que unía la mina Tamaya con el puerto de
Tongoy. Pero, ella no sabe nada de esa historia y viene más bien preocupada
desde la escuelita de La Placa, rumbo a su casucha de adobes perdida entre los
cerros del lugar.
Con sus once
años a cuesta, la mocosa de trenza larga, negra y espesa tiene una ruma alta y
maciza de ocupaciones. Unos queltehues salieron espantados de por allí cerca y
se alejaron dando chillidos lastimeros hasta perderse en el cielo que comenzaba
a perder su azul luminoso para ceder paso a un rosa amenazante.
María Tabilo
Tabilo era la mayor de cuatro hermanas hijas de una madre joven y de vida
alocada, que había parido una tras otra a sus crías, sin darle demasiada
importancia al origen paterno de la descendencia.
A la niña
María le faltaban algunas chauchas para el peso, pero, ella no tenía nada de
tonta. Lo que le faltaba de inteligencia pura, le sobraba de sentido común, por
eso su profesora la apreciaba tanto y sus compañeros la respetaban.
Cada día la
María llega a su casa, tras caminar solitaria varios kilómetros, de ida y de
vuelta a la escuela E 158 “Eulogia Campos Almonacid” y antes y después de la
travesía asume con mucha eficiencia y sin que ningún reclamo salga de su boca
la tarea de jefa de la tétrada de hermanas. Al partir en la mañana, que todas
queden bien desayunadas y vestidas. En la noche, que coman lo que la madre ha
dejado dispuesto, se laven lo mejor que puedan y se acuesten de dos en dos en
su par de camas.
Antes del
anochecer y de que la luna quedara como su única compañera, la niña atisbó a la
vuelta de un recodo que estaba ya a poco de llegar a la casa familiar. Eran
apenas las seis de la tarde, pero en el invierno de Norte Chico, el frío calaba
la piel hasta doler. Y María estaba preocupada. Había agregado a su carga
habitual, la responsabilidad de ayudar en el aseo de la escuelita, no tanto por
ayudar a la profesora, como por la leche caliente y el pan con fiambre que le
daban. Eso le permitía repartir más comida a sus tres hermanas en la noche,
pero le significaba atrasarse en llegar, que el camino fuera más peligroso y
que las pequeñas estuvieran más rato solas en la casa.
La niña
María apuró el paso al ver las caritas que se recortaban en el marco de la
ventana, sonrío con la alegría de haber vencido una nueva jornada y les dijo
con señas torpes, porque María no podía hablar, cuánto las amaba.
Ana Victoria, muy bueno me gusta como vas describiendo los lugares; que imagino conoces; creo que si las personas que viven en esos parajes pudieran leer tus cuentos se sentirían identificados, una consulta este cuento es solo ficción o te basaste en un hecho real?
ResponderEliminarHola Sergio. Muchas gracias por tu comentario. En efecto, conozco muy bien la mayor parte de los lugares que describo en mis cuentos. Sin embargo, las historias son completa y total ficción, son creación literaria. Ahora bien, para mi, en cuanto creadora, los personajes de mis relatos existen, tienen vida propia. Ellos se expresan a través de mi escritura. ¡Seguimos en contacto!
ResponderEliminarLa niña Ana Victoria tomó la mano de la niña María y entre las dos pintaron esta bella historia de vida en el cerebro de la niña Patricia. Me encantó! Deliciosas descripciones.
ResponderEliminarHola Patricia: ¡Qué hermoso comentario! Me encanta la sensibilidad para comprender el cuento. ¡Muchas gracias! y espero que sigas disfrutando de los nuevos relatos a medida que vaya subiéndolos al blog. Cariños
ResponderEliminarMuy emotivo, me emociono cuantas niñas asì hay en Chile, que desde muy pequeñas ya asumen un rol materno que no les corresponde, de verdad me llegó al corazón... Abrazos amiga, escribes muy bien... Abrazos Abelardo Caroca
ResponderEliminar¡Muchísimas gracias! A mí me emociona ver la recepción que tienen mis cuentos. Me motiva mucho para seguir escribiendo.
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