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sábado, 11 de junio de 2016

Dúctil

Empezó a oírla cuando Guadalupe llevaba un buen rato parloteando. Un cuarto de hora por lo menos. –No temo decir te quiero. Sólo temo no amar lo suficiente. Con toda la fuerza de mi corazón- avanzaba ella el soliloquio. Pronto había dejado de prestarle atención y la prosaica realidad de unos números que no le calzaban en la cuenta corriente atrapaba a Rafael, que ahora parecía absorto en la página web del banco, mientras el resplandor azulino del Mac iluminaba sus facciones masculinas, dándoles un aura sobrenatural, de espectro arrastrado a la Tierra desde el inframundo.

-El corazón –continuaba ella medio somnolienta todavía esa mañana dominguera de diciembre en Venecia- es uno solo. El que ama, es el mismo corazón que odia. De manera, que todo el espacio que ocupas en odiarla a ella, impide que me ames como podrías amarme. -¿Negro? ¡¿Negro, me escuchas?!


-Le he dicho infinitas veces que no me gusta que me diga “Negro”, aunque sea de manera cariñosa. No soy moreno, ¡soy rubio de ojos azules!-. Rafael pensó eso, eso y más, pero no la interrumpió. Pensó que conocía gente que no concurre a matrimonios, y tampoco a funerales. -Yo soy de esa laya de personas. No me complico. No me hago mala sangre. No le doy muchas vueltas a cosas sin importancia. No, no y no- decía en silencio oyéndose a sí mismo. -Ella es totalmente diferente. Y ciento por ciento igual a mí. Dúctil como una pluma al viento. Suave como un beso de despedida en la tarde del invierno. Y sólida, dueña de un espíritu forjado en el dolor. Un alma de acero templado. Sólo el acero templado resiste curvarse sin ceder. Es maleable aun cuando está frío.


A través del opaco cristal del vaporetto Rafael observó mientras Guadalupe se alejaba del muelle e hizo un breve gesto de despedida con la mano en alto. Pero ella no lo vio y sin mirar atrás cruzó el puente de Calatrava en su camino rumbo al andén de la Estación Santa Lucía para abordar el tren de las 12:27 horas con destino a Florencia.



El viento bailando entre los puentes y las callejuelas que desembocan en los estrechos canales no anuncia nada. Nada bueno. Nada malo.



(De "Cínica")

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