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sábado, 26 de junio de 2021

Volar alto

El reflejo de la luz del televisor tiñe de colores el rostro de Rubén. Es la única fuente luminosa en la pequeña casucha que levantó con sus propias manos usando restos de obras de construcción recogidos por aquí y por allá. La frágil estructura se apoya en un muro de la modesta vivienda de su madre. Doña Erminda es empeñosa y logró que servicios sociales le reconociera la indigencia y le entregara una casita de cuarenta metros cuadrados en la población Nueva Era; un callamperío desforestado y cruzado por calles pavimentadas sin aceras.

Normalmente el barrio es tapado por una polvareda cada tarde cuando se levanta algo de viento del sur y por las noches no resulta inusual escuchar disparos al aire o el ulular de los carros policiales que pasan raudos en un amago por disuadir las peleas entre pandillas de narcos, pero no se detienen para no sufrir bajas.

A veces, muy de vez en cuando, cae algo de agua del cielo en la capital. Cada año es peor y la sequía ya más que una amenaza es una certeza.

Cuando lleve, aunque sea unos pocos milímetros, la población se vuelve un pantano. Y la cancha de fútbol un verdadero lodazal. Pero eso no disuade a Rubén.

Todos los futbolistas sudamericanos comparten el mismo origen. Y la historia de “El Campeón” no es la excepción, por eso tiene esos vacíos en el lenguaje y la inclinación por las mujeres bonitas y de cabeza liviana. Pero Rubén admira a “El Campeón” y se afana en estudiar cada jugada del delantero del seleccionado nacional. Luego, sale a la cancha de la población a practicar. Con unas zapatillas raídas, las medias desiguales y en días como hoy, con mucho frío.

Ensaya como lo ha visto en los entrenamientos que muestran en la televisión al menos durante una o dos horas cada día, no bebe alcohol y es flaco y musculoso producto del esfuerzo y la escasez de carbohidratos. A veces no le alcanza ni para comer un pan en la noche antes de irse a dormir. El trabajo de recolector municipal de basura al menos lo ayuda a mantenerse en forma corriendo detrás del camión y elevando lo tachos con desperdicios como si fueran pesas en el mejor gimnasio.

El barro viscoso se le mete hasta debajo de la camiseta después de cada resbalón detrás de la pelota. De reojo, entre carrera y carrera, ve llegar al grupo de sus amigos de la infancia que se juntan cada tarde en un rincón de la cancha a darle el bajo a unas botellas de cerveza y varios cigarrillos de marihuana. Lo llaman con los gestos, pero Rubén no les sigue el amén. Ellos no dejan de invitarlo cada día y Rubén logra zafar siempre la tentación de ir a dar en esos pasos que lo alejarían de su pasión y, como él lo ve, de un futuro mejor. Uno brillante como el de “El Campeón”.

Rubén no tiene casi nada material. Un pobre televisor medio desvencijado que junto a su pelota de fútbol son sus dos pertenencias más preciadas, un colchón separado del piso de cemento gracias a unas capas de cartones recogidos a la salida de los supermercados y una cocinilla de dos platos que pocas veces usa. Vive sin eufemismos en la miseria. Pero posee algo de un valor enorme. Algo que no se compra. Rubén es dueño de una determinación a prueba de todo.

Concluye su entrenamiento y apoyando las manos en la cintura, echa la cabeza hacia atrás para relajar los músculos del cuello y entonces ve allá en las alturas un majestuoso cóndor de los Andes planeando en la inmensidad azul sobre las montañas. La mayor ave no marina del planeta.

Rubén sonríe. Así volará él algún día. Así de tan alto llegará. Así de grande será en el fútbol internacional.

Da vuelta la espalda al grupo de chicos que ya está a mal traer en la esquina, avanza chapoteando en el barro e ingresa de nuevo a su casucha. Se abriga lo mejor que puede y pega sus ojos en la pantalla que transmite las noticias del fútbol mientras en sus pupilas brillan sueños de gloria.


miércoles, 2 de junio de 2021

Desenfreno coral

 

Brasilia


Es extraño saber lo obvio, si los ambientalistas hubieran existido a mediados del Siglo Veinte yo no hubiera nacido en Brasilia. Porque Brasilia no hubiera existido. Habría nacido en cualquier ciudad, o quizás en medio de la selva amazónica. ¿O tal vez no habría nacido? Si mi destino era nacer en Brasilia, y sólo ese era el designio, tal vez no habría nacido. En realidad hubo muchas razones para que no viera la luz de esta ciudad tan inexplicable como el afán de los seres humanos de conquistar algo. Algo, cualquier cosa. Fama, libertad, dinero, afecto, cuerpos ajenos, descendencia fértil, dominio sobre otros animales, redes sociales vía internet, un lugar en la historia de la especie y hasta la eternidad en la vida después de la vida. Y, por supuesto, ¡cómo no!, la tierra misma. Ser dueños, poseedores, reyes absolutos de un pequeño pedazo de la superficie del globo.

Brasilia no es un trocito. No es un detalle menor.

Brasilia es una joya perdida en la pléyade de ciudades que salpican la geografía del país más grande de Sudamérica. Pertenece a ese afán racionalista que apostó por las grandes avenidas, los edificios de formas extravagantes y la reafirmación del poderío del hombre para doblegar a la naturaleza. Brasilia no es zamba, ni mulatas de culos enormes y fláccidos en playas atlánticas. Es como un eslabón misterioso entre lo que Brasil es y lo que le gustaría ser. Un símbolo de poder desprovisto de alma.

Es mi ciudad natal, y para mí siempre será hermosa. Y así permanecerá en mi memoria inmortal, cuando la recuerde desde el más allá, aunque las centurias la conviertan –como antes a Chinchen Itzá- en un nuevo mito cubierto de vegetación destinado a ser descubierta por arqueólogos del futuro.


(De Luna de Burdel)

La Importancia de la Lectura



¿Por qué es tan importante leer? Video realizado para la celebración del Día Internacional del Libro 2021: Ver link: Día Internacional del Libro