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sábado, 12 de diciembre de 2020
Volver a Viento Rojo
lunes, 9 de noviembre de 2020
Esa cuesta
Cuesta Los Mantos. Fotografía Ana Victoria Durruty |
Al hombre lo definen
sus actos, no sus recuerdos.
El vengador del futuro.
Esa cuesta maldita impacienta a
la mujer que maneja incómoda el Jeep azul y el tic que le hace recoger la
mejilla cada vez que parpadea, se agudiza metro a metro en el lento ascenso.
“Honor y patria”, lindo nombre
para torneo de box amateur.
-Ayer nací y mañana moriré, en el intertanto, la vida no me esperará,
ni me dará la comida en la boca con cuchara de plata-, le había dicho
Fermín antes de partir rumbo a Ovalle. Desde que se metió al club de boxeo de
Combarbalá habla como si fuera para campeón de peso pesado, cuando apenas tiene
cuerpo para peso mosca, con sus muslos cortos y escuálidos, y sus brazos largos
y fibrosos que dan pábulo para las esperanzas de Hugo Pérez, el entrenador, más
conocido en sus buenos tiempos como “Puño de Oro Pérez”.
Pero la mujer los conocía de
antes, y todo el asunto del box de pobres le daba mala espina. Los del club ya
eran viejos por aquel entonces, cuando los conoció hace como veinte años. Ahora
están hechos unos viejos de porquería. El hecho de que estén vivos constituye
una sorpresa mayúscula. Así mismo, con esdrújula. Así de exagerado.
Mercedes, la Meche, no quiere que
el sol se ponga tan rápido, porque todavía tiene camino por delante antes de
que empiece torneo. La belleza del atardecer la inquieta en vez de
tranquilizarla. Fermín pelea en la tercera ronda, y esa cuesta maldita no la va
a privar de darle un beso a su hijo antes de que enfrente el desafío. Un beso
para la suerte. Un beso para espantar el miedo.
(Ovalle, Chile)
Fotografía: Ana Victoria Durruty |
lunes, 2 de noviembre de 2020
La ciudad de los lagartos
No vi lagartos en Luxor. Ni vivos
ni muertos.
Pero no fue por eso que me gustó
más que Kom Ombo, con su templo a Sobek y su museo de los cocodrilos.
Luxor tiene a la venta buenas
piedras preciosas y maravillosas esencias naturales herederas de tradicionales
recetas escritas en los muros de sus templos.
Y eso era bastante fascinante no
sólo para mí, sino también para la pareja de encantadoras chicas holandesas que
habían llegado al mismo tiempo que yo a las puertas del templo dedicado a
Amón-Ra, en el corazón de la antigua Tebas.
Nos fuimos quedando en Luxor con
la tranquilidad de saber que Egypt Air tenía una redundante frecuencia de
vuelos para llevarnos de vuelta a El Cairo el día y la hora que decidiéramos
marcharnos.
Nuestras prolongadas
conversaciones mientras caminábamos en la orilla del Nilo viendo subir y bajar
a los turistas de sus cruceros fluviales solían terminar con la planificación
de sofisticados viajes al África ecuatorial, que nos parecía una aventura
posible, considerando una vez más las bondades de la línea aérea egipcia, que
tenía vuelos regulares a cada una de las más importantes ciudades
subsaharianas. Cote d’Ivoir era nuestro destino favorito, y pareció de lo más
apropiado aprovechar las largas y plácidas jornadas en Luxor para tomar clases
de francés. Pronto las tres estábamos asistiendo a sesiones de lengua árabe y
adquiriendo nociones de cultura islámica.
Ocasionalmente el mal de Tut nos
recordaba que éramos aves de paso en esas calles, pero las fiebres y los
vómitos explosivos, no lograban mermar nuestro entusiasmo por descubrir nuevas
comidas o probar extraños jugos de frutos maduros de dudosa procedencia
servidos en vasos de peor higiene. Nunca tuvimos que recurrir al seguro de
salud, porque más sabían los vecinos del edificio en que habíamos arrendado un
pequeño departamento, que cualquier médico que nos recomendaran por teléfono desde
Holanda o Canadá.
Pero lo que de verdad nos unía
era la creciente complicidad en el conocimiento de los secretos de la
aromaterapia. Asistíamos casi a diario a un boliche no muy bien aspectado por
fuera, al igual que todas las construcciones de la ciudad que sufrían el rigor
de la naturaleza y de los humanos, entre la falta de lluvias que limpiara las
fachadas, los vientos que los salpicaban de arena, y la tradición de mantener
las casas a medio construir para ir agregando pisos donde acoger a los nuevos
matrimonios de los varios hijos.
Puertas adentro el panorama
cambiaba radicalmente, y el gusto de los egipcios por los espejos, los brillos
y las telas convertía la modesta casa en una fiesta para los sentidos. Y aunque
no era eso lo que buscábamos, era un buen complemento para el aprendizaje de
los aromas, las especies y las flores; y para la comprensión de sus usos y de
sus propiedades.
Probablemente llevábamos
demasiado tiempo visitando el lugar, y estábamos perdiendo la capacidad de
asombro, para cuando Antje recibió la propuesta de Abdel Rashid de ser su
tercera mujer.
No necesitamos ponernos de
acuerdo para decidir tomar el vuelo que nos llevaría de vuelta a Barcelona, y
de allí, las holandesas a Holanda y yo a Canadá.
-Y le dijo, recuerda esto, porque alguna vez será parte de un cuento.
-¿Es verdad? ¿Le dijo eso?
-Y no estaba loca, sólo un poco chiflada. Le gustaba hablar así. Pero
respecto a los lagartos, en eso sí tenía razón.
viernes, 16 de octubre de 2020
Todo pasa
Ávila. Fotografía www.carlosalameda.com |
-No siempre es fácil sonreír, pero siempre es bueno.
La filosofía barata de mi madre,
me aburría. Sabía de todo un poco y muy poco. Ni se daba cuenta cuando estaba
plagiando a Santa Teresa. Pero sus palabras tenían una fuerza conmovedora, que
atravesaba el Atlántico y me llegaba sin filtro y se atravesaba en mis
pensamientos mientras comía tranquila mis perdices escabechadas en la fría y
antigua ciudad amurallada. La intensidad de su memoria me iba invadiendo.
-Todo pasa, nada queda-, decía desde el sentido común y sin tener
idea que citaba casi al pie de la letra el verso que la doctora de la Iglesia
había escrito en sus célebres poemas hacía ya más de quinientos años.
Mi madre era así.
Nada te turbe, nada te espante, todo se pasa…
La sangre de nómade que me
impulsaba a vagar sobre la superficie de la Tierra, me había llevado hasta
Ávila ese invierno, y el frío parecía de lo más apropiado, dadas las
circunstancias. Volver a la soltería después de tantos años de matrimonio
medianamente bien avenido, como todas las cosas, tenía consecuencias positivas
y negativas.
-Todo tiene un lado bueno y un lado no tanto-, en palabras –una vez
más- de mi nunca bien ponderada señora madre.
Los años no habían pasado en vano
y cuando me levanté de la mesa de la posada, el vino añejo y el exceso de
aliños, hicieron su trabajo y el sueño comenzó a acecharme sin piedad. No logré
recordar ninguna frase de mi madre apropiada para la situación. Y eso me
pareció extraño.
Las campanas de una iglesia
cercana fue lo último que escuché antes de dormir esa noche, mientras recordaba
a Manuel que, aburrido de tantos periplos, estaría sentado en algún boliche de
Bogotá, disfrutando un tinto, esos cafecitos cargados que disfrutamos los
colombianos.
Ávila (España)
jueves, 8 de octubre de 2020
La Miserable Vida de los Recuerdos…
…muere cada día que se pierde en el horizonte. Con cada Luna llena que revienta en la noche amarilla de luz dulce, y con cada destello de amanecer anaranjado, cuando el Sol despierta relleno de jugosos cítricos indiscretos.
En Nantwich, a la vera del camino
del tren de Liverpool a Londres, estacionado desde tiempos inmemorables, el
pasado se resiste a vivir el olvido.
Una mini van Mercedez Benz con
una docena de clientes de Bentley se estaciona en la calle rodeada de bellas
casas isabelinas del siglo XVI.
Kristina y Tomas corren hacia la
heladería jugando a esquivar a los visitantes.
La guía de pelo azul y muchas
pecas que iluminan su rostro, va sonriendo con sus botas de agua Hunter y su
paraguas blanco mientras los elegantes compradores de autos caros la siguen con
genuino entusiasmo.
- Después de un incendio que prácticamente destruyó a todo el pueblo,
Nantwich fue reconstruida en el siglo XVI, gracias al generoso aporte de la
reina Isabel I. Sin embargo, de acuerdo a los registros históricos, tiene más
de mil años-, va narrando mientras camina.
-¡Kristina!, ¡Tomas!- grita la madre apurada de los dos
encantadores mellizos que corren adelante y parecen no escucharla.
Una pareja de hindues mayores se
detiene para contemplar el espectáculo de los niños y sus risas alborotadas que
dan vida a la apacible escena galesa.
Luego siguen a la guía que ya
está en la puerta de la Iglesia de Santa María, parada entre las esculturas
medievales del rostro de un hombre y una mujer que flanquean la entrada al
bello edificio de piedra arenisca rosada.
-La Iglesia de Santa María fue construida en el siglo XIV y lo más
destacado es su torre octogonal. Vamos a ingresar y podrán apreciar sus
preciosas ventanas y su antiguo púlpito- explica la guía a sus fieles
seguidores.
Kristina y Tomas pasan cada uno
con un rico cono de helado de leche. La madre de las criaturas va a su saga,
conversando animada por su celular.
Kristina y Tomas ríen y sus
carcajadas se esparcen como chispitas de felicidad por la calle de casas de
intrincadas y bellas fachadas de madera.
Los hindúes se miran uno al otro
y lo deciden: ¡Ha llegado la hora de ser dueños de un Bentley!
(Nantwhich, Inglaterra)
viernes, 18 de septiembre de 2020
Bignonia rosa
Había olvidado el olor de las
bignonias. La fragancia me trasportó instantáneamente a mi infancia. Esa noche
el sutil aroma convirtió el 7 de febrero de ese año en una fecha para recordar.
La llave de los recuerdos giró suavemente en la cerradura hermética de mi mente
y junto con los grillos gritando en un rincón de las paredes de adobe, llegó el
leve crujido del balancín de madera movido por el viento sur.
Sobre el puente de Avignon todos bailan,
todos bailan. Sobre el puente de Avignon todos bailan y yo también. Bailan así,
así me gusta a mí. La Elisa no tenía buena voz para cantar pero siempre lo
hacía mientras empujaba el andamiaje que me llevaba de un lado a otro con una
cadencia totalmente diferente, siguiendo su propio ritmo.
Sobre el puente de Avignon… Demoré en asimilar
el mutismo repentino de la niñera pues estaba feliz meciéndome con el sol
brillante en su cénit que me rozaba la piel tan dulce y suave. Un gorrión se
acercó volando bajo y esquivó con naturalidad el palo superior del balancín.
El pajarito volaba muy alto y el silencio se
prolongaba. Miré a la Elisa para saber qué sucedía y me encontré con mi tío
Pedro Pablo parado a su lado. Ambos no dejaron de mirarme sin hablar hasta que
el movimiento del juego cesó por inercia.
Que mis papás
habían muerto. Que la cuesta. Que el auto. Que… La voz de la Elisa se perdió
para siempre cuando llegué a la casa de mis padrinos y nunca volví a escuchar Sobre el puente de Avignon. Nunca más
jugué en el jardín de mi casa y nunca más oí la risa de mi madre, ni el
vozarrón de mi padre saludando al llegar de la parcela.
Sentí el frío de la montaña en mi
espalda apenas el sol abandonó el horizonte. Las más altas montañas de Los
Andes proporcionaban una sombra fría y oscura. El cielo estrellado no entregaba
mayor alivio.
Del libro Luna de Burdel
sábado, 29 de agosto de 2020
Loca de amor
La Plaza Mayor estaba mitad sombra y mitad sol. El Arco de Cuchilleros me abrió paso antes de que me encandilara la luz reflejada en el enorme patio.
No sé si sería correcto decir que colgaba del teléfono celular o más bien estaba atada al aparato; lo cierto es que mi vida pendía de ese pequeño artefacto, porque era mi única conexión con Felipe.
Algunos creían que me había trastornado un poco y me decían “Juana, la loca”; pero en vez de encerrarme en un castillo me recomendaban encarecidamente que concertara cita con el psiquiatra.
Las cosas no se habían dado nada bien.
Pasaban los días y no sabía nada de este hombre que me tenía asida a la conexión inalámbrica y me hacía estremecerme cada vez que el Galaxy parpadeaba.
Las cosas no se estaban dando bien.
Rozar con la yema de los dedos el reborde de una esquina de la Plaza Mayor y sentir la soledad de las almas que vagan sin destino desde los tiempos de su construcción. Imaginar a Plácido Domingo vagando por ahí, triste después de dirigir Madama Butterfly en el Teatro Real, porque ya no puede cantar como lo hacía.
Las cosas no tenían visos de que pudieran mejorar.
Saludar marcial la bandera española izada en un portal. Hablar. Hablar con Felipe. Eso era lo que me obsesionaba. Escuchar alguna razón. Oír una miserable explicación saliendo de su boca. Mirar su boca. Sentir su boca. Saborear su boca.
Las cosas tenían aspecto de ir empeorando.
Siempre fue demasiado hermoso. Demasiado elegante. Demasiado intenso. Demasiado apasionado. Felipe amaba a las mujeres y yo lo sabía desde antes de comenzar a vivir con él, esa inolvidable tarde de abril del año anterior. Y las mujeres amaban a Felipe. Lo miraban con osadía, con arrebato, con coquetería. Lo miraban y yo lo entendía. Las entendía, y me envidiaba a mí misma por la suerte de que fuera mío, mío, mío. Y de nadie más.
Las cosas no podían ser peores.
Cuando paso por su lado, la diosa Cibeles me mira con desprecio, y tiene motivos de sobra. Me he convertido en una sombra triste de lo que era. De lo que fui con Felipe, e incluso antes de Felipe. Y no me importa. No es relevante, porque lo único que necesito es volver a oír su voz, volver a mirarme en sus ojos, volver a descubrir mi cuerpo creado por sus manos. Pero, él no me llama, él no contesta mis llamadas, no sé dónde vive desde que me abandonó, y ni siquiera puedo afirmar con certeza que aún reside en Madrid. Es probable que emigrara de la ciudad o tal vez haya dejado el país. Puede estar muerto o vivo.
Las cosas siempre pueden ser peores.
Pasaron las semanas y los meses, y a la vuelta de un año, Felipe seguía incrustado en mi mente y en mi corazón, pero completamente fuera de mi alcance. Perdido de mala manera en algún lugar inaccesible. Muerto en vida para mí, mientras yo continuaba aferrada a ese cadáver emocional, que hedía y sólo generaba gastos médicos para el tratamiento de la depresión, la ansiedad, la angustia y todas esas terribles emociones que habían tomado posesión de mi alma que, por lo demás, ya ni siquiera era mía.
(Madrid, España)
viernes, 28 de agosto de 2020
Mudita. Fotografía María José Puig |
Noticia en portal OvalleHoy que da cuenta de la labor literaria de Ana Durruty en 2020:
https://ovallehoy.cl/la-pandemia-no-detiene-a-ana-durruty-publica-nueva-novela/
Mudita
viernes, 31 de julio de 2020
Luna de Burdel
Foto: Ana V. Durruty |
Christmas Day
Chicago. Foto: Ana V. Durruty |
La noche de los jilgueros
Sotaquí, Chile. Foto: Ana V. Durruty |
La Precariedad de las Mariposas
Foto: Ana V. Durruty |
(Luna de Burdel)
Antes
Foto: Ana Durruty |
Antes de ser vaginal
Fortuita
Antes de migrar fugaz
Hacía la luz insoportable de la existencia
Antes de quedar atrapada
En la luz y la sal
En la sombra y la miel
Ya entonces
Antes aún
Temía
Con temor lacerante
Agudo
Con la lucidez terrible
De intuición pura
De la inconsciencia plena
Del ser
Y del comenzar a no ser
Había de nacer entonces
Y ya palpitaba la angustia primaria
Del dolor antes de saber que era un ser que llegaría a saber que nunca sabría todo lo que se podía saber.
martes, 7 de julio de 2020
Esfínteres mentales
lunes, 29 de junio de 2020
Clausurado
domingo, 21 de junio de 2020
Desorden de Paisaje
Cusco, Perú. Fotografía Ana Durruty |
A veces, antes de dormir, uno rehúye el sueño, porque se parece demasiado a la muerte.
(Cusco, Perú)