Del Pireo sólo recuerdo los
malecones de cemento y la aduana con el chofer esperándome afuera. De Atenas
casi no tengo memoria.
Parada en la Acrópolis bajo el
sol griego mis short y blusa de algodón liviano eran perfectos para las fotos
del recuerdo, pero nada apropiados para la solemnidad del momento. Sé que mi
insolencia gatilló su molestia. Ella quería que yo vistiera de blanco; de larga
y elegante túnica blanca. Necesitaba deshacerme de mis prendas oscuras, así que
me desprendí lo más rápido que pude de todo lo que llevaba puesto.
Los guardias de azul se
abalanzaron sobre mí, y la enorme masa de viajeros provenientes de todos los
rincones del mundo reaccionó presta con todos los aparatos electrónicos a su
alcance para generar una infinitud de imágenes que registraron el momento.
Pero no me importó demasiado. Ni
poco, ni mucho.
Porque fue entonces cuando me
habló Afrodita. Cuando desembarqué en El Pireo nunca imaginé que hablaría con
una diosa; pero, así se dieron las cosas.
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