No vi lagartos en Luxor. Ni vivos
ni muertos.
Pero no fue por eso que me gustó
más que Kom Ombo, con su templo a Sobek y su museo de los cocodrilos.
Luxor tiene a la venta buenas
piedras preciosas y maravillosas esencias naturales herederas de tradicionales
recetas escritas en los muros de sus templos.
Y eso era bastante fascinante no
sólo para mí, sino también para la pareja de encantadoras chicas holandesas que
habían llegado al mismo tiempo que yo a las puertas del templo dedicado a
Amón-Ra, en el corazón de la antigua Tebas.
Nos fuimos quedando en Luxor con
la tranquilidad de saber que Egypt Air tenía una redundante frecuencia de
vuelos para llevarnos de vuelta a El Cairo el día y la hora que decidiéramos
marcharnos.
Nuestras prolongadas
conversaciones mientras caminábamos en la orilla del Nilo viendo subir y bajar
a los turistas de sus cruceros fluviales solían terminar con la planificación
de sofisticados viajes al África ecuatorial, que nos parecía una aventura
posible, considerando una vez más las bondades de la línea aérea egipcia, que
tenía vuelos regulares a cada una de las más importantes ciudades
subsaharianas. Cote d’Ivoir era nuestro destino favorito, y pareció de lo más
apropiado aprovechar las largas y plácidas jornadas en Luxor para tomar clases
de francés. Pronto las tres estábamos asistiendo a sesiones de lengua árabe y
adquiriendo nociones de cultura islámica.
Ocasionalmente el mal de Tut nos
recordaba que éramos aves de paso en esas calles, pero las fiebres y los
vómitos explosivos, no lograban mermar nuestro entusiasmo por descubrir nuevas
comidas o probar extraños jugos de frutos maduros de dudosa procedencia
servidos en vasos de peor higiene. Nunca tuvimos que recurrir al seguro de
salud, porque más sabían los vecinos del edificio en que habíamos arrendado un
pequeño departamento, que cualquier médico que nos recomendaran por teléfono desde
Holanda o Canadá.
Pero lo que de verdad nos unía
era la creciente complicidad en el conocimiento de los secretos de la
aromaterapia. Asistíamos casi a diario a un boliche no muy bien aspectado por
fuera, al igual que todas las construcciones de la ciudad que sufrían el rigor
de la naturaleza y de los humanos, entre la falta de lluvias que limpiara las
fachadas, los vientos que los salpicaban de arena, y la tradición de mantener
las casas a medio construir para ir agregando pisos donde acoger a los nuevos
matrimonios de los varios hijos.
Puertas adentro el panorama
cambiaba radicalmente, y el gusto de los egipcios por los espejos, los brillos
y las telas convertía la modesta casa en una fiesta para los sentidos. Y aunque
no era eso lo que buscábamos, era un buen complemento para el aprendizaje de
los aromas, las especies y las flores; y para la comprensión de sus usos y de
sus propiedades.
Probablemente llevábamos
demasiado tiempo visitando el lugar, y estábamos perdiendo la capacidad de
asombro, para cuando Antje recibió la propuesta de Abdel Rashid de ser su
tercera mujer.
No necesitamos ponernos de
acuerdo para decidir tomar el vuelo que nos llevaría de vuelta a Barcelona, y
de allí, las holandesas a Holanda y yo a Canadá.
-Y le dijo, recuerda esto, porque alguna vez será parte de un cuento.
-¿Es verdad? ¿Le dijo eso?
-Y no estaba loca, sólo un poco chiflada. Le gustaba hablar así. Pero
respecto a los lagartos, en eso sí tenía razón.
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