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viernes, 16 de octubre de 2020

Todo pasa

Ávila. Fotografía www.carlosalameda.com

 -No siempre es fácil sonreír, pero siempre es bueno.

La filosofía barata de mi madre, me aburría. Sabía de todo un poco y muy poco. Ni se daba cuenta cuando estaba plagiando a Santa Teresa. Pero sus palabras tenían una fuerza conmovedora, que atravesaba el Atlántico y me llegaba sin filtro y se atravesaba en mis pensamientos mientras comía tranquila mis perdices escabechadas en la fría y antigua ciudad amurallada. La intensidad de su memoria me iba invadiendo.

-Todo pasa, nada queda-, decía desde el sentido común y sin tener idea que citaba casi al pie de la letra el verso que la doctora de la Iglesia había escrito en sus célebres poemas hacía ya más de quinientos años.

Mi madre era así.

Nada te turbe, nada te espante, todo se pasa…

La sangre de nómade que me impulsaba a vagar sobre la superficie de la Tierra, me había llevado hasta Ávila ese invierno, y el frío parecía de lo más apropiado, dadas las circunstancias. Volver a la soltería después de tantos años de matrimonio medianamente bien avenido, como todas las cosas, tenía consecuencias positivas y negativas.

-Todo tiene un lado bueno y un lado no tanto-, en palabras –una vez más- de mi nunca bien ponderada señora madre.

Los años no habían pasado en vano y cuando me levanté de la mesa de la posada, el vino añejo y el exceso de aliños, hicieron su trabajo y el sueño comenzó a acecharme sin piedad. No logré recordar ninguna frase de mi madre apropiada para la situación. Y eso me pareció extraño.

Las campanas de una iglesia cercana fue lo último que escuché antes de dormir esa noche, mientras recordaba a Manuel que, aburrido de tantos periplos, estaría sentado en algún boliche de Bogotá, disfrutando un tinto, esos cafecitos cargados que disfrutamos los colombianos.

 

Ávila (España)

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