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lunes, 9 de noviembre de 2020

Esa cuesta

 





Cuesta Los Mantos. Fotografía Ana Victoria Durruty


Al hombre lo definen sus actos, no sus recuerdos.

El vengador del futuro.

 

Esa cuesta maldita impacienta a la mujer que maneja incómoda el Jeep azul y el tic que le hace recoger la mejilla cada vez que parpadea, se agudiza metro a metro en el lento ascenso.

“Honor y patria”, lindo nombre para torneo de box amateur.

-Ayer nací y mañana moriré, en el intertanto, la vida no me esperará, ni me dará la comida en la boca con cuchara de plata-, le había dicho Fermín antes de partir rumbo a Ovalle. Desde que se metió al club de boxeo de Combarbalá habla como si fuera para campeón de peso pesado, cuando apenas tiene cuerpo para peso mosca, con sus muslos cortos y escuálidos, y sus brazos largos y fibrosos que dan pábulo para las esperanzas de Hugo Pérez, el entrenador, más conocido en sus buenos tiempos como “Puño de Oro Pérez”.

Pero la mujer los conocía de antes, y todo el asunto del box de pobres le daba mala espina. Los del club ya eran viejos por aquel entonces, cuando los conoció hace como veinte años. Ahora están hechos unos viejos de porquería. El hecho de que estén vivos constituye una sorpresa mayúscula. Así mismo, con esdrújula. Así de exagerado.

Mercedes, la Meche, no quiere que el sol se ponga tan rápido, porque todavía tiene camino por delante antes de que empiece torneo. La belleza del atardecer la inquieta en vez de tranquilizarla. Fermín pelea en la tercera ronda, y esa cuesta maldita no la va a privar de darle un beso a su hijo antes de que enfrente el desafío. Un beso para la suerte. Un beso para espantar el miedo.

 

(Ovalle, Chile)


Fotografía: Ana Victoria Durruty

 

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