Cuesta Los Mantos. Fotografía Ana Victoria Durruty |
Al hombre lo definen
sus actos, no sus recuerdos.
El vengador del futuro.
Esa cuesta maldita impacienta a
la mujer que maneja incómoda el Jeep azul y el tic que le hace recoger la
mejilla cada vez que parpadea, se agudiza metro a metro en el lento ascenso.
“Honor y patria”, lindo nombre
para torneo de box amateur.
-Ayer nací y mañana moriré, en el intertanto, la vida no me esperará,
ni me dará la comida en la boca con cuchara de plata-, le había dicho
Fermín antes de partir rumbo a Ovalle. Desde que se metió al club de boxeo de
Combarbalá habla como si fuera para campeón de peso pesado, cuando apenas tiene
cuerpo para peso mosca, con sus muslos cortos y escuálidos, y sus brazos largos
y fibrosos que dan pábulo para las esperanzas de Hugo Pérez, el entrenador, más
conocido en sus buenos tiempos como “Puño de Oro Pérez”.
Pero la mujer los conocía de
antes, y todo el asunto del box de pobres le daba mala espina. Los del club ya
eran viejos por aquel entonces, cuando los conoció hace como veinte años. Ahora
están hechos unos viejos de porquería. El hecho de que estén vivos constituye
una sorpresa mayúscula. Así mismo, con esdrújula. Así de exagerado.
Mercedes, la Meche, no quiere que
el sol se ponga tan rápido, porque todavía tiene camino por delante antes de
que empiece torneo. La belleza del atardecer la inquieta en vez de
tranquilizarla. Fermín pelea en la tercera ronda, y esa cuesta maldita no la va
a privar de darle un beso a su hijo antes de que enfrente el desafío. Un beso
para la suerte. Un beso para espantar el miedo.
(Ovalle, Chile)
Fotografía: Ana Victoria Durruty |
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