Translate

viernes, 31 de julio de 2020

La Precariedad de las Mariposas



Foto: Ana V. Durruty

Nada es más precario que una mariposa amarilla justo antes del atardecer.

En Antofagasta, la ciudad maldita en medio del desierto, no hay muchas mariposas. Ni siquiera hay muchas arañas. El único bicho que acecha a los humanos es una plaga de pulgas odiosas que trepa por los zapatos y las bastillas donde se instalan ociosas a la espera del mejor momento para atacar las canillas.

Los hombres y mujeres del norte saben qué hacer cuando hace mucho calor y las pulgas organizan su zafarrancho de ataque. Por eso José se pone bruscamente de pie cuando advierte que lleva demasiado tiempo sentado en el banco de la plaza de calle Angamos. A él, como a tantos otros, el dinero del cobre le puso zapatillas de marca, pantalones largos de buena tela, anteojos de sol a la moda y loción masculina con esencia de pino. También le dio un vehículo del último año, una mujer consumista y un par de retoños insaciables, gorditos a punta de caramelos, bebidas azucaradas y muchas horas de televisión satelital.

El Pacífico acompaña al hombre joven y perfumado, durante unos ciento veinte kilómetros, en su ruta serpenteante antes de llegar a Gatico, una de las pocas caletas desparramadas en la costa entre Antofagasta y Tocopilla, a la vera del desierto más árido del planeta.

Se baja del jeep negro y camina unos pasos acercándose al mar. Sobre el roquerío se han ido apilando cientos de conchas de moluscos y la pestilencia precede al descubrimiento de la presencia de un mariscador con los pantalones arremangados, el torso desnudo y las manos callosas. Trabaja escarbando con afán machas y lapas, y tiene las uñas partidas y las cutículas teñidas con manchas violeta producto de la extracción de los excrementos de los animalejos.

El hombre levanta la mirada sólo cuando el recién llegado está suficientemente cerca para escucharlo sin tener que alzar la voz.

-Hola hijo ¿qué te trae por aquí?, dice clavando los ojos negros sobre José.

Una mariposa amarilla dibuja su sombra en la tarde. Antes de que el hijo responda, alza el vuelo y se pierde aleteando hacia la playa cercana. De pronto, hace un giro, se eleva y toma la senda hacia los cerros que el sol ha pintado de múltiples colores.


Antofagasta, Chile
(Luna de Burdel)

No hay comentarios:

Publicar un comentario