Cartagena de Indias Foto: www.denomades.com |
El cielo estaba plagado de medusas iridiscentes. Latían con pulso incierto mientras la tarde hacía su debut.
Pilar Antonia se refregó los ojos con los puños de las manos. No había terminado de hacerlo, cuando empezó a lamentarlo. La
luz inclemente del sol lastimó su
dolor salino y el vaho del protector solar agudizó su pesar.
Cada julio de los últimos diez
años había venido religiosamente a veranear a Cartagena de Indias, con la vaga
esperanza de toparse en una calle o un restaurante con el vate Gabriel García
Márquez. No por fervor literario, pues a ella eso de leer libros gordos no se
le daba con agrado. Sino porque le encantaba poder contar a sus amigas del
campeonato de bridge que ella veraneaba “exactamente
en el mismo lugar” que el exponente máximo del realismo mágico que ellas sí
habían leído in extenso.
A modo de consuelo, repasadas
tantas veces las veredas en torno a la casa de altos murallones del creador de
José Arcadio Buendía y Úrsula Iguarán; y frustradas sus ilusiones en cada uno
de los periplos, Pilar Antonia, emprendía el camino que bordea los murallones
de la ciudad vieja hasta llegar a los locales de joyas y artesanía de los
cartageneros. Con tantos intentos ahogados en piedras preciosas, ya ni llevaba
la cuenta de la cantidad de anillos de esmeraldas que atiborraban su joyero.
Una vez concluidas las vacaciones, de vuelta en su casa del barrio Miraflores,
lo abría y un resplandor verdosillo la transportaba a las playas de Cartagena.
Elegía alguno con una gema grande, oscura y luminosa, para lucir mientras
tomaba un aperitivo en el club de golf o cuando barajaba los naipes para jugar.
Las esmeraldas resaltaban sobre
su piel tostada en el Caribe y era completamente feliz al contestar, como si
nada: -“Por supuesto, linda, este año
nuevamente estuve allí, exactamente en el mismo lugar que él”.
De libro "Luna de Burdel"
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