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martes, 6 de abril de 2021

El chiste del lorito


¿Qué es eso de decirle a una que es entretenida?

Es como de mal gusto. No resulta elegante. Como si la conversación fuera un mero divertimento de bufones.

De pronto, el atributo más relevante de mi personalidad era que entretenía al resto de los mortales.

Nunca fui divertida. Ni qué decir algo similar a ser chistosa. No me sé ni un solo chiste. En realidad me sé sólo uno, y es bastante triste al final de cuentas.

Iba un lorito muy dicharachero tarareando mientras hacía equilibrios en la línea férrea. Saltaba en una patita, y después en otra, jugando feliz de la vida. De pronto, ¡Ay! Se le trabó una patita en un cruce de vías. Tiraba y jalaba su patita con sus dos alitas, pero no lograba zafarse. Estaba en esos intentos, cuando sintió venir el tren. Desesperado, comenzó a tirar la patita repetidamente y con más fuerza. Pero… no logró nada. Al ver a la enorme locomotora venir directo hacia él, el lorito se paró derecho, sacó pecho con decisión y dijo: -¡el que caga, caga!

Mis historias no son alegres. Las cuento para pasar el rato. Ni siquiera sé decir mentiras. A veces soy tajante y parece que predicara. Me gusta ser provocativa. Eso sí. Arrastrar a los contertulios a aceptar una premisa y, entonces, cambiar de posición. Probablemente el único mérito real es que soy optimista. Y por ahí, por esa ruta, la realidad siempre es más bonita.

Y he aquí que, una y otra vez, a mis conocidos y amigas les vino bien comenzar a halagarme diciéndome que yo era entretenida.

En Mendoza el asunto comenzó a hartarme. A darme soponcio, en palabras de mi abuelita. A hartarme y llegarme hasta el cuello, como diría mi ex marido. Hasta la cresta, exclamaría Ambrosio, mi hijo mayor.

Pero tenía que aguantar a las cotorras de mis amigas del colegio mientras paseábamos celebrando los diez años de egresadas del colegio. Ellas que me conocían en las duras y en las maduras, con el pelo sucio, a veces sin alcanzar a bañarme en las mañanas porque el despertador me había jugado una mala pasada justo el día de una prueba importante, con aparatos de ortodoncia, amurrada porque me cargaba el vestido el día de mi graduación… ellas, que me había visto en mis peores fachas y en mis más tristes momentos, ellas ahora también descubrían que yo era entretenida.

-¡Antonia, cuéntanos alguna historia entretenida!- gritó la María José desde el último asiento del bus que arrendábamos para el periplo.

El calor húmedo y la falta de sueño tras hartas jornadas de convivencia, me tenían enervada, a punto de mandar todo al demonio ¡y ahora la Cote insistía en la cantinela!

Me di vuelta desde la tercera fila y miré a todas las con una mirada furibunada.

-A la próxima que pronuncie la palabra “entretenida”, la mato- espeté sin pensarlo mucho. O, en verdad, habiéndolo pensado demasiado.

Así terminó la faceta entretenida de mi vida, en una carretera rumbo a las reconocidas viñas de Mendoza, tal vez porque ellas me conocían desde niña, o tal vez sólo porque no me conocían.




(Mendoza, Argentina)




















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