1
Cuando el agua brinca de piedra en piedra por las quebradas que llegan desde las altas montañas de los Andes eternos, los hombres que hablan el idioma de la tierra se preparan para la estación de las flores, la recolección de frutos de plantas y la caza.
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2
No todos los años las lluvias del invierno permiten tener una primavera de frutos y cerros cubiertos del color de los pétalos de innumerables flores.
Muchos años las lluvias escasean y el frío de las noches del semidesierto del sur de América no será seguido por una primavera florida.
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3
Los Diaguitas han aprendido a convivir con esta naturaleza impredecible y se instalan con sus chozas cerca de las pocas fuentes de agua que no desaparecen en las épocas de sequía.
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4
Refugiados en las quebradas que les proveen agua y los protegen del viento y el sol forman comunidades dedicadas a sembrar papas, zapallos y maíz.
También elaboran flechas para cazar los animales que les proporciona la naturaleza: pájaros silvestres, huidizos zorros y veloces liebres.
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5
En medio de ese entorno armonioso, bajo un cielo azul brillante, los diaguitas se dedican a hacer las más bellas piezas de alfarería de todo el territorio que se extiende entre el desierto de Atacama y los hielos antárticos, entre las alturas de Los Andes y el gran océano. Las tierra que los incas llamaban Chili y con el paso del tiempo sería la República de Chile.
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6
Ajenos a los hechos que el futuro depara, un grupo de niños juegan cerca de sus madres que machacan maíz sobre las piedras de moler. Las mujeres parecen preocupadas. La ladera del cerro donde sacan la tierra roja, suave y moldeable para hacer sus cantaros, jarros pato, fuentes y flautas se ha agotado y necesitan encontrar un nuevo lugar.
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7
El cacique Ulpar encargó a varias personas conocedores del Valle del Limarí recorrer las tierras, los valles, quebradas y cerros hasta encontrar la mejor greda para hacer su bella alfarería.
—¡Vayan, busquen y encuentren, por todo nuestro valle, aquella greda mágica que preservará nuestra tradición ancestral! —proclamó de pie junto al gran altar de la quebrada de Chalinga.
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8
Un rastreador se marchó a los territorios de la costa, donde el gran río Limarí se abraza con el infinito mar. Buscó en las laderas de Talinay pero la sal del océano endurecía la tierra muy rápido.
Otro partió hacia las planicies intermedias de Tuquí donde confluyen las aguas, y encontró demasiadas piedrecillas mezclada con la tierra roja y gredosa.
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9
Un tercer enviado se encaramó hasta la cima del gran señor Tamaya, el cerro donde la neblina de la costa se une con el cielo. Allí el cobre afloraba por las laderas y no existía rastro de greda.
Al frente, en la lejanía, por las inclinadas laderas del cerro Punitaqui, solo encontraron restos de turquesas que llevaron de obsequio al cacique Ulpar.
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10
Pero no hallaron lo que necesitan, porque ellos conocían muy bien la textura de la tierra perfecta para hacer sus obras más delicadas, resistentes al uso y al paso del tiempo, cuyos secretos eran un preciado legado que se transmitía de generación en generación de madres a hijas desde el origen de la memoria Diaguita.
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11
Los Diaguitas no se rindieron y siguieron enviando buscadores a todos los rincones del gran valle del Limarí. En la cordillera de Tulahuén descubrieron piedras de lapizlázuli con la que fabricaron bellas flechas azules como el cielo.
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12
Un amanecer, un poco fresco por el rocío de la niebla de la mañana, el cacique Ulpar convocó a toda la comunidad.
—Nuestros ancestros me han visitado en sueños. He recibido un mandato del gran cacique Huamalata. Preparen sus cosas para un viaje.
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13
Por un instante, todos se asustaron mucho. Amaban su tierra, sus noches bajo las estrellas más bellas del mundo, el sonido del agua cayendo entre las piedras de la quebrada y la sombra benévola de la quebrada de Chalinga. ¡No deseaban marcharse de allí!
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14
Ulpar, prosiguió su relato:
—Encontraremos nuestro tesoro de tierra virgen para hacer nuestra cerámica, si la buscamos juntos, en comunidad, adultos y niños, mujeres y hombres, ancianos y jóvenes. Nuestra fortaleza está en nuestra unidad.
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15
Y así fue cómo este pueblo diaguita del Valle del Limarí arribó, después de varias jornadas de búsqueda conjunta, a las laderas de los cerros de Salada. Allí encontraron la mejor tierra roja jamás imaginada para hacer sus magníficas piezas de alfarería. Y aprendieron que unidos, era más fácil enfrentar cualquier desafío al que la vida y la naturaleza los enfrentara.
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Dedicado a mi querido amigo Gilberto Villarroel y a los niños del Valle del Limarí.
Este cuento fue leído por primera vez a los niños de la Escuela de La Chimba, Ovalle, Valle del Limarí, Chile en octubre de 2023, gracias al entusiasmo de la educadora Sandra Leyton y del director de la Escuela Hendrik Rivera.
En este relato se rescatan toponímicos que son trazas de la lengua originaria de los Diaguitas, el kakán.
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