Todos los días las hormigas cabezonas cumplen su estricta rutina austriaca. Ellas han cumplido su misión generación tras generación en la hermosa Viena y pasean por la ciudad con mucho orgullo sus grandes cabezas adornadas con pequeñas coronas de oro.
Ellas marchan ordenadas y pacíficas en busca de deliciosos pasteles y sabrosos bocadillos de comida. Todo debe estar en orden antes de la llegada del duro invierno, de los días cortos y la nieve peligrosa.
Todas las hormigas cabezonas de Viena parecen muy ajetreadas esas doradas jornadas otoñales. Todas… menos una de ellas.
Diva la Bella tiene ojos soñadores y a veces pierde el ritmo de la marcha cuando mira distraída las aguas del río Danubio que atraviesa plácido la antigua ciudad imperial.
Un día, finalmente Diva decide abandonar la marcha y, en cambio, toma rumbo al río. Se detiene, entonces, en la orilla a observar con más detención el ir y venir de los barcos llenos de turistas que hablan lenguas ininteligibles en voz alta y aguda.
-¿Adónde irán? -se pregunta la joven hormiga mientras acomodaba la pequeña corona brillante sobre su enorme cabeza. Y comienza a soñar despierta imaginando otros mundos, lejanos y diferentes. Un leve sobresalto anida en su pecho y siente el llamado de la aventura y lo desconocido.
Desde aquel día Diva la Bella se siente inquieta y a veces despierta en las noches imaginando llanuras verdes, cielos cristalinos y árboles frondosos y aromáticos. Una voz crece día tras día en su corazón y la anima a seguir sus sueños. Otra voz, cada día más pequeña le advierte el peligro de abandonar los territorios conocidos desde tiempos ancestrales por las hormigas cabezonas.
Una mañana ya en las proximidades del invierno, cuando la voz de la comodidad de lo conocido casi ha desaparecido en sus oídos y su mente, Diva comprende que no puede seguir esperando más. Que debe tomar la decisión ahora, o después sería demasiado tarde. Revisa aquellas cosas que podría arrastrar para su viaje, pero decide ir sin peso alguno extra. Libre y liviana como el aire. Sale tranquila y decidida en dirección a los puertos de embarque y apenas ve una gran caja llena de frutas, trepa y se acomoda lo mejor posible entre manzanas, peras y naranjas.
A mediodía despierta con el sonido de los motores y el olor de la fruta fresca. Camina un poco somnolienta después de la siesta y se sienta sobre un grueso cordel. Sus piececitos cuelgan balanceándose en el aire mientras el barco zarpa y comienza a avanzar por el Danubio. El atardecer pinta de suaves colores tostados el perfil de los edificios centenarios de Viena. Diva se siente inquieta, un poco ansiosa pero también ilusionada mientras se aleja de todo su mundo conocido.
Antes de ir a dormir la hormiga cabezona alcanza a ver las luces de la noche de Bratislava, la discreta y hermosa capital de Eslovaquia que reposa sobre las riberas del Danubio. A la mañana siguiente muy temprano escucha el aullido de la bocina del barco y sorprendida ve asomarse otra gran ciudad.
Budapest es magnífica en su despliegue a ambos lados del río. Fue capital imperial al igual que Viena y su majestuosidad honra a los húngaros. Diva observa sorprendida la belleza de la ciudad más importante de Hungría. Pronto disfruta mientras la luz de la media mañana rebota en el agua calma y pinta de amarillo pálido las fachadas de los edificios.
Diva la Bella se siente más segura de su decisión cada día. El mundo parece maravilloso y ella recibe cada nueva experiencia con alegría. Se pregunta qué habrá más allá y a veces, solo a veces, recuerda con nostalgia a la ahora tan lejana Viena.
Un día el cielo desata su furia y el barco debe combatir las olas y el viento enfurecidos. Diva no se atreve a salir de la caja de fruta y aunque tiene hambre tampoco come ese día porque está totalmente enferma por el movimiento y la angustia que le cierra el estómago.
Cuando la tormenta finalmente pasa la hormiga cabezona sale nuevamente a observar el paisaje, pero entonces descubre que no hay tierra cerca del barco y que la inmensidad del gran océano se extiende por todo el horizonte. Diva abre su corazón a nuevas emociones. Durante muchos días al despertar contempla al mar majestuoso sin orillas.
Con el paso de los días, la fruta comienza a escasear e incluso algunas peras están podridas y hediondas. Las jornadas son muy frías en la cubierta del barco. Pocos minutos después de sentarse a observar las gaviotas chillonas o las nubes rosa que reposan donde el cielo y el mar se unen en la distancia, los tiritones la impulsan a volver medio helada a su refugio, ahora maloliente. Diva pasa de la felicidad de tener una nueva experiencia, a la inquietud de lo desconocido y ahora palpita en su pecho un cierto temor que nunca antes sintió ante la posibilidad de no tener suficientes alimentos para sobrevivir.
Mirando el mar con desesperanza, Diva pierde la cuenta de los días; pero una tarde observa unos hermosos delfines saltando alrededor del barco y su corazón siente alivio. Intuye que algo nuevo y bueno va a suceder. ¡Y pronto!
Tras una noche serena, despierta con el ajetreo de los pasajeros excitados por la cercanía de un puerto en el horizonte. Diva la Bella se mira coqueta en el reflejo de una gota de agua de mar antes de salir a cubierta. Tras comprobar que su corona está bien puesta y sus antenas relucen, se encamina al lugar al que todos se dirigen en medio del alboroto.
Una línea de altos edificios dibuja el contorno de una ciudad magnífica. La hormiga abre sorprendida sus ojos. Es un paisaje bellísimo y vale toda la ansiedad que ha sufrido en el largo viaje. La luz del amanecer proyecta haces luminosos, sutilmente anaranjados, sobre las calles. Las avenidas aun grises están apenas delineadas por el perfil de las construcciones y la frecuencia de los faros rojos y blancos de los automóviles. Una magnifica estatua, con una antorcha en el brazo en alto les da la bienvenida a Nueva York.
Diva la Bella siente como el éxtasis del triunfo de la esperanza sobre el miedo y la duda, recorre su menudo cuerpo de hormiga cabezona. Aunque la gran ciudad no se asimila a los paisajes de sus sueños, antes sus ojos parece incluso mejor. Ella, ha roto las cadenas de la conformidad que la ataban a Viena y ahora recibe el premio mayor en el juego de la vida: la felicidad que produce la libertad de ser capaces de recorrer nuestros propios caminos y tener nuestras propias victorias.
Cuentos para niñas y niños
Este cuento, como otros cuentos infantiles que he escrito, están inspirados en las noches que he compartido con mis nietos al momento de hacerlos dormir. Todo niño merece recibir esta cariñosa atención. Espero que muchas madres, padres, abuelas y abuelos, e incluso bisabuelos, puedan leer este cuento a sus nietas y nietos. Y que este cuento inspire a los pequeños a atreverse en la vida a salir de sus zonas de confort y luchar por sus sueños. Y eventualmente, también inspire a madres y mujeres que leen este relato a esos pequeños...