Habrá un día y una hora en que podrás dejar caer los
párpados y, mientras la funda de algodón de tu almohada roza tu pelo y tu nuca
y tus mejillas, acariciar la oscuridad oscura que conduce a la otra vida. No es
tiempo de dormir. Aunque fuera lo que más desearas en este minuto exacto en que
tus ojos se posan en estas líneas, no es tiempo de dormir.
Ahora hay una mujer
sentada frente a su computador que quiere que leas un mensaje que sólo podrás
recibir si estás despierta. La mujer está sentada con las piernas cruzadas y
vacila de tanto en tanto. Si te duermes, la mujer no seguirá escribiendo,
porque las vacilaciones la dominarán y se irá a la tumba más cercana con su
melodrama de verdad.
Carmen, que es como se llama la narradora, tiene una
ligera obsesión con las preguntas. Tal vez hoy día no quiera contar su historia
y espere algunas respuestas. Pero no. Ella sabe que nunca otra persona le dará
las respuestas, de ahí que hoy no espere, si no que busque las respuestas. Esta
mañana despertó con la certeza de que podría dar en el clavo y hallar el hilo
que conduce a por lo menos una respuesta. Soñó que la dejaba en tierra un avión
que debía tomar. Leyó unas pocas páginas de una biografía de Steve Jobs. Fue al
cine a ver una película ni buena ni mala, que le gustó. Pasó a visitar a su
abuela en estado vegetal a la clínica, porque hoy es su onomástico. Comió unas
hamburguesas caseras con su familia en la cocina de su departamento. Encendió
su computador personal y creó un nuevo archivo, decidida a contar la historia.
Hace frío en la ciudad y una tos persistente acompaña a la mujer en esta noche
de invierno que no llueve, ni corre viento alguno, ni siquiera hay estrellas en
la bóveda infinita. Cada vez que tose se le escapa un quejido de pena, como si
se escapara algo intangible. No debes fumar tanto. No debes trabajar tanto. No
debes hacer tantas cosas. Carmen recorrió con unos pocos pasos el pasillo entre
su dormitorio y el baño, cogió a la pasada una caja de cerillas y un cigarro de
su bolso de mano. Se sentó en la tasa del excusado y esperó a que los
movimientos peristálticos de su intestino grueso cumplieran la promesa de
aliviar su incomodidad. La sala de baño era chica, no tenía más de tres metros
cuadrados y aunque el ventilador se desgañitaba en su intento por extraer el
humo, pronto el lugar fue definitivamente poco amigable. Los ojos se le
empezaron a llenar de humedades producto de la irritación y tuvo que secar sus
mejillas con un pedazo de papel del rollo que colgaba de la pared frente a su
nariz. Una cosa la fue llevando a la otra y tras una seguidilla de ideas
escatológicas, llegó a la conclusión que si el cuerpo no producía heces, la
mente no produciría respuestas.
Cuando Carmen se sentó de nuevo frente al
archivo vacío, jugó por unos segundos con la barra espaciadora central del
teclado. Malas noticias, pese a tus esfuerzos por no dormirte, ella no contará
hoy su historia.
Es posible que no la cuente nunca y si es que llegara a
contarla, es poco probable que tú o yo la lleguemos a conocer, pues aunque su
destino no es morir hoy, nunca habrá otra oportunidad de que su tiempo se cruce
con el nuestro frente a una página en blanco.
(De "Cínica" obra de Ana Durruty)