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sábado, 12 de diciembre de 2020

Volver a Viento Rojo





La soprano estaba un poco loca. No mucho, ni demasiado, pero sí lo suficiente. La jabonosa anatomía de su amante ya no la satisfacía y había logrado huir de la agonía con un pasaje de bajo costo a bordo de un avión que la llevaba medio nerviosa y asustada a las Islas Canarias.

Las turbulencias no la ayudaban a mantenerse en calma y a medida que se alejaban de Europa, tuvo un presentimiento de dolor. Un dolor anciano y viejo que traspasa los siglos.

Apenas sale del aeropuerto en Gran Canaria la asalta el viento rojo abrasador que llega desde el Sahara más allá del mar, trayendo los espíritus de los egipcios del reino antiguo. El polvo se le pega en la piel y lastima sus ojos de esclava etíope que se hacen más negros y misteriosos. Camina perdida entre las enormes columnas del templo, enfrentada a terribles encrucijadas, arrebatada por el amor hacia el hombre que domina a su pueblo.

Aida escucha la música de Verdi y comienza a cantar con toda el alma, porque morirá. Morirá pronto, en el último acto de la ópera. En el último acto de su vida.

El Calima, viento implacable, sobreviviente de siglos de vagancia sobre la Tierra, sopla con feroz malignidad durante cuatro jornadas de los hombres. Luego los abandona, con total desdén por sus afanes de mamíferos lampiños.

(Islas Canarias, España)

(De "Luna de Burdel")